“Ya no hay más judío ni griego, ni siervo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todas las personas somos una con Cristo Jesús. Herederas conforme a la promesa”
Gálatas 3,27-20
Comienzo este escrito aclarando que no soy teóloga, ni entiendo de teología, ni apenas me he aproximado a las corrientes teológicas feministas; tampoco la filosofía ha formado parte de mi bagaje, pero sí llevo muchos años de mi vida como activista de los Derechos Humanos y muy cercana a la Iglesia, y a muchas de las mujeres que forman parte de ella. Conviene que lo deje claro, porque todo cuanto voy a desarrollar tendrá algún sesgo determinado, una perspectiva posiblemente menos eclesial de lo que alguien espere. He tratado de leer, escuchar y preguntar. Espero aportar algo que despierte más preguntas, algún interés, alguna reflexión o alguna crítica. Bienvenida sea cualquier reacción.
Hacemos un poco de memoria
Jesús se rodeó de discípulas, el Evangelio lo muestra con sencillez. Unas citas: Jesús compara el Reino con una mujer que hace fermentar, con un poco de levadura, toda la masa. Y nos cuenta que, una vez resucitado, se apareció a María Magdalena y a otras mujeres, encomendándoles que comunicaran la buena nueva. En los comienzos del cristianismo muchas mujeres no sólo dieron testimonio de Jesús e incluso la vida, también trabajaron como guías en aquel nuevo camino que se abría en la sociedad, predicando y bautizando. Incluso he sabido que hay un fresco en una de las catacumbas romanas, donde una mujer preside la celebración (1). Ese protagonismo apenas se ha querido recordar y, mucho menos, reconocer.
Lamentablemente llegó el proceso de institucionalización cristiana y, con él, el arrinconamiento de las mujeres y la defensa de su subordinación a los varones. Los planteamientos filosóficos de Platón y Aristóteles refrendaron esta posición, y llegó incluso la triste frase de “Las mujeres han de callar en las asambleas” (1Cor. 14,34); se les prohíbe leer la Biblia, tienen que ser tuteladas por los hombres (2).
A pesar de este “frenazo” la Edad Media tuvo mujeres significativas, que hoy se estudian con interés, porque removieron formas y modos dentro de la Iglesia, señales de libertad entre místicas y no místicas. Ejemplos como Juliana de Norwich, que hablaba de Dios como madre (1.342-1420), Hildegarda de Binger (1098-1236), Catalina de Siena (1347-1380), Brígida de Suecia, etc. Todas ellas resultan muy interesantes, sólo con que se las estudie un poquito.
Pero en el inicio de la modernidad llega el Concilio de Trento y se repite lo mismo: las mujeres son explícitamente relegadas, la libertad que se abría paso, se interrumpe en la Iglesia, especialmente para ellas, se les impide el desarrollo intelectual, a las monjas se les prohíbe la vida activa y se les ordena permanecer en los conventos, desposeídas de libros. A pesar de todo esto, podría decirse que “milagrosamente”, surgen figuras como Teresa de Jesús (1515-1582), Sor Juana Inés de la Cruz (México 1648-1695), Ángela de Merici (1474-1540), Luisa de Marillac (1591-1660) y más. Contra viento y marea la defensa de la libertad intelectual y la salida del convento para servir a los desposeídos se fueron abriendo paso.
Pasó el tiempo y, en honor a la verdad -sobre todo mujeres protestantes del s. XVIII- continuaron trabajando, enfrentándose a las restricciones políticas. He descubierto un documento fundamental que redactó Elízabeth Stanton, respaldado por un nutrido grupo de mujeres y también de hombres. Sucedía esto en 1848 y el documento se titula “Declaración de principios”. Está considerado el punto de partida de las luchas de las mujeres por la igualdad con los varones y en la Iglesia Católica dio pie a numerosos estudios y trabajos en los siglos XIX y XX. Autoras como Isabel Gómez Acebo, consideran que en los años 70 del siglo XX, se pudo hablar de una consistente “teología feminista”, cuyos contenidos pueden parecer - a día de hoy - superados, pero, ni mucho menos, lo eran en esos años.
Cito, por ejemplo: “Dios no es ni varón ni mujer”, María Magdalena no fue una prostituta, sino la primera mujer que anunció el Evangelio, las seguidoras de Jesús tuvieron que estar en la última cena, en los primeros siglos del cristianismo hubo diaconisas, predicaban la Palabra, hablaban en la Asamblea. Sin embargo, muchos textos de la Eucaristía son misóginos, producto de la cultura del momento; también en esa década, exactamente en noviembre de 1975, el Papa Pablo VI escribía una carta, donde expresaba entre otras cosas: “No es admisible ordenar a las mujeres, por razones fundamentales. La exclusión de la mujer del sacerdocio está en armonía con el Plan de Dios para su Iglesia”.
En la segunda mitad del siglo XX las libertades sociales daban importantes pasos en la sociedad, incluida por supuesto la libertad sexual (daría para un largo comentario que en este espacio no cabe por su extensión), se abrían también reflexiones y debates en la Iglesia; los intentos de revertir estos cambios no eran sencillos. La sumisión de la mujer iba rebajándose en las sociedades de muchos países y por supuesto en las diferentes religiones, incluida débilmente en la Iglesia Católica.
En la Iglesia Católica los cambios a muchos niveles, pero no tanto en los referentes a la mujer, fueron notables después del Concilio Vaticano II. Vale la pena mencionar que la Teología de la Liberación no reparó en el tema de la mujer, no me consta. Posteriormente vino “el atasco” respecto al Vaticano II, la contrarreforma de Juan Pablo II y posteriormente Benedicto XVI: había que volver a las “esencias” del cristianismo, interpretadas por una jerarquía que ponía el énfasis en ella misma y en la institución. La mujer, poco menos que irrelevante. Y la Iglesia continuó siendo pensada, organizada y dirigida por muy pocos hombres y de forma patriarcal. ¡Lástima que aquellos cambios no alcanzaran a destapar un fondo duro y bastante evidente: la Iglesia seguía siendo vertical y discriminatoria, especialmente para las mujeres!
Y llegamos al siglo XXI
Aunque hay señales de avances, producidos por movimientos de mujeres dentro de la Iglesia, teólogas y no teólogas, mujeres cristianas de a pie, la percepción es que son minorías las que debaten y proponen cambios sustanciales. Y no es posible avanzar en la Iglesia sin tener en cuenta a la mujer, su contribución y sus derechos. Hilando un poco más fino: La Iglesia, con todos sus valores (los tiene y son muchos) NO pertenece al grupo de Estados Democráticos. Su estructura global es vertical, las decisiones más importantes son tomadas por muy pocos hombres y las mujeres, más de la mitad de sus fieles, continúan alejadas de la igualdad; la paridad señalada y soñada por teólogas y no teólogas, todavía queda muy lejos. Algunas me aseguran que se están dando pasos.
Quiero destacar como movimiento reciente la llamada “REVUELTA DE MUJERES EN LA IGLESIA” y su emblemática frase “Hasta que la igualdad se haga costumbre”.
Nos lo explica Mónica Díaz Álamo y transcribo algunas de sus frases: “… es un movimiento nuevo, que viene de lejos, porque es deudor de muchas mujeres que, a lo largo de la historia, han querido hacer realidad, muchas veces sin ser conscientes, la Iglesia que propugnó Jesús” (Gal., 27/28) “Estamos comprometidas y alzamos la voz… Hasta que tengamos voz y voto en todas las estructuras de la Iglesia, hasta que se nos deje de identificar con la culpa y el pecado, hasta que los hombres pongan flores y limpien las iglesias…”
Camino Cornejo, trabajadora infatigable, nos dice: “La Revuelta es hablar de SORORIDAD con mayúsculas. Manera de hacer, sentir y buscar hacer realidad la igualdad en la Iglesia”. “El documento que elaboramos de Buenas Prácticas, contiene la gran reivindicación de las mujeres en la Iglesia: Ser una Comunidad de Iguales.”
Marifé Ramos, Doctora en Teología (marzo 2020) se expresaba así: “La Revuelta coincide en que hay un hecho indiscutible, como es que las mujeres son una mayoría aplastante. … La Iglesia está impregnada del trabajo de las mujeres y, sin embargo, la mayoría de las veces NO nos ve. En otro comentario nos dice: “Nos movilizamos de manera pacífica y creativa en las puertas de las catedrales. Fuera, porque así es como nos sentimos”. Aunque la Revuelta sea un movimiento esperanzador, todavía no es significativo. Toca esperar su evolución.
Me parece importante citar a este último Sínodo. Se han puesto en él muchos esfuerzos, trabajos y expectativas. Y no se ha silenciado a la mujer. La Madre Maria Ignazia Angelini, religiosa del monasterio de Vivoldone, fue la persona que acompañó la reflexión espiritual del Sínodo. Y en la sesión de “Presencia Femenina y Corresponsabilidad” (13/09/2023) expresó que “Las mujeres no son extras, sino elementos dinámicos de la misión de la Iglesia”. Señaló entre otras cosas el grito de las mujeres, figuras femeninas que en el Nuevo Testamento han animado un verdadero camino sinodal.
Otras citas y reflexiones
Cambio totalmente de escenario y traigo a una mujer ajena a la Iglesia, pero comprometida con la mujer y sus derechos. Se trata de Nuria Rodriguez-Planas, Dra. en Economía en la Universidad de Barcelona, que nos dice en unas declaraciones recientes: “En cada sociedad hay asumidas ciertas normas que establecen lo que es correcto y lo que no para cada uno de los géneros. En culturas más progresistas donde las mujeres mejoran, los hombres también lo hacen”. Conviene que consideremos esta afirmación y la estudiemos, hay datos que lo corroboran en terrenos empresariales. Es posible que podamos rebajar los miedos que, al parecer, muchos varones experimentan dentro y fuera de la Iglesia.
En las muchas lecturas que he venido haciendo para este comentario y en las conversaciones que he tenido con diversas mujeres de iglesia, me ha sorprendido la ausencia de referencias al Documento Universal de 1948, el más importante que posee el mundo: La Declaración Universal de los Derechos Humanos; fuente y referente de Decretos, Derecho Internacional, Constituciones, Asambleas Mundiales y un largo etc. Me pregunto qué lugar ocupa en la Iglesia en general, más específicamente en su Jerarquía, en sus Órdenes y Congregaciones, entre las mujeres de cualquier condición. Dejo el interrogante.
Podemos preguntarnos ¿por qué si, como sociedad civil, hemos dado tantos pasos en Derechos y Deberes, especialmente las mujeres en las últimas décadas, no son mayores los movimientos de éstas en la Iglesia? A nadie por ejemplo le sorprende, y casi no se discute, esta idea de Soledad Gallego: “La falta de reconocimiento de derechos de las mujeres es simple y llanamente un sistema de opresión institucionalizado”. También hay un gran consenso cuando se afirma que la Iglesia no puede avanzar, sin tener en cuenta a la mujer, su contribución y sus derechos. En definitiva: reconocimiento de las mujeres como sujetos de plena derecho. ¿Será entonces que las mujeres hemos aprendido a condescender, porque reconocemos al otro (al varón) superior? ¿Será que interpretamos la discrepancia como discordia y no la queremos? ¿Será que, aunque las mujeres hemos amado, engendrado y dado vida, sosteniendo ésta con los cuidados familiares y no familiares, seguimos sin creer en nuestra valía y nos puede más la importancia que se da al trabajo intelectual? ¿O será que la juventud escasea en la Iglesia y las mujeres que permanecen se han hecho mayores y están cansadas? ¿O será que a los hombres de iglesia tampoco les mueve el tema? ¿Por qué será que las voces por la igualdad son escasas en la Iglesia? ¿No será que el tema de los cuidados, eminentemente femenino, desarrollado en la Iglesia fundamentalmente por ellas, seguimos poniéndolo muy a la cola de los otros valores?
Una paradita en los Cuidados
Es importante que empecemos por aclararnos qué son y qué entendemos por cuidados. Los cuidados son un conjunto de prácticas para vivir y sostener la vida. Aprendemos a ser humanos, nos hacemos más humanos, en un contexto de cuidados en lo material, en lo moral, en lo emocional.
Llevamos bastantes años hablando de cuidados, y sin embargo avanzamos poco. Como ejemplo: en 2017 Joaquín García Roca nos decía que: “Cuidar es hoy el epicentro de políticas públicas, de movimientos sociales y de prácticas ciudadanas…”. Echo de menos que él y otros y otras comentaristas abunden en una idea que me parece fundamental: La justicia y los cuidados. Percibo, a riesgo de equivocarme, que es un tema poco reflexionado y debatido, estoy convencida de que, cuando desarrollemos más esta cultura del cuidado, avanzaremos en justicia, seremos sociedades más justas. Y volviendo a Joaquín G.C. me encantaría no contradecirlo, pero si nos remitimos a las pruebas no parece que sea así; a pesar de las nuevas normativas la Organización Internacional del Trabajo pone de manifiesto en sus informes que, tanto en los países desarrollados como en los llamados subdesarrollados, existen diversas formas de esclavitud laboral y, sobre todo, la sufren las personas que se dedican a los cuidados (cuidados del hogar, cuidados de las personas, cuidados de las Iglesias…) en su mayoría mujeres, especialmente migrantes. Las normativas están siendo bienvenidas pero son insuficientes. Desarrollar la cultura del cuidado es mucho más difícil, pero ahí deberíamos estar empeñados. Avanzar en la sociedad del cuidado es avanzar en justicia.
Trasladándonos a la Iglesia es reconfortante leer al Papa Francisco en noviembre de 2022: “La cultura del cuidado es el antídoto contra un mundo impregnado de individualismo y prisionero de la tristeza. Aprendamos a hacernos cargo de los demás, de la ciudad, de la creación, para experimentar la alegría de la amistad y de la gratuidad”; sin embargo, no parece que tenga claro la ética del cuidado, como herramienta para la transformación de la Iglesia. Teólogas como Marta Alonso y Antonina Wozna, plantean que la clave del cuidado, aplicada a la teología, sea un punto nuclear desde el que repensar el resto. Muchas de las asimetrías eclesiales padecidas por las mujeres tienen que ver con los cuidados que éstas han prestado y continúan prestando, el escaso reconocimiento de los mismos lo impregna todo. No reparar en esto, compartir escasamente los cuidados, impide una vez más el avance en la igualdad. Y el avance de la propia Iglesia.
Volvemos a nuestros días con TESTIMONIOS
Para la última parte de estas reflexiones quise la aportación de un buen grupo de mujeres de iglesia, laicas y religiosas, que enriquecieran este comentario. A todas formulé dos preguntas:
- Qué reivindicaciones tienen planteadas, a vuestro criterio, las mujeres en la Iglesia.
- A día de hoy ¿qué realidad percibís y cómo es su evolución?
Han participado: una Comunidad de Dominicas de Vallecas; otra Comunidad de Dominicas de Pamplona; dos mujeres casadas a título individual, con larga experiencia dentro de la Iglesia de Madrid; y dos amigas, una casada y una religiosa, que ha participado en el Sínodo, es “madre sinodal”. Agradezco sinceramente su colaboración y me permito resumir sus respuestas.
Respuestas a la primera pregunta (Reivindicaciones):
- Caminar hacia la igualdad. Toma de decisiones, voz y voto. Que el Sínodo no sólo escuche, que ponga en práctica.
- El machismo no tiene argumentos teológicos sino sociológicos. Hay miedo a perder privilegios.
- El lenguaje e imagen exclusivamente masculina se proyecta negativamente sobre familias y sociedades donde el hombre domina, excluye y a veces agrede a la mujer.
- Ser igualmente reconocidas, ser sujetos de derechos y deberes, igual que los hombres. Que la Iglesia avance en democracia como otras sociedades y los Cuidados sean tan valorados como otras disciplinas, por lo tanto, que los hombres de iglesia también cuiden.
- Nuevo planteamiento: ¿Qué esperan las mujeres en la Iglesia y de la Iglesia desde la perspectiva evangélica? R/ Iglesia con los ojos en Jesús: mensaje vivo de transformación (paz, justicia). Profética, abriendo caminos de paridad y cuidados.
- Desde esa perspectiva voz propia, denuncia de abusos de todo tipo, acceso a todos los ministerios y servicios.
- Iglesia respetuosa con la diversidad.
- Iglesia en diálogo con la cultura y las religiones, al servicio de la Paz y el cuidado de la Creación.
Nada de esto se conseguirá, sin la paridad en todos los espacios eclesiales.
A la segunda pregunta (Evolución y futuro):
- Pasos valientes del Papa Francisco: algunas mujeres en puestos relevantes. Pero queda mucho. La participación del Papa en algunas mesas del Sínodo, comprometiéndose a llevar adelante las decisiones tomadas. Él ha querido situar el aspecto femenino, como eje de la reflexión de su Equipo Asesor (nueve cardenales y dos mujeres), sobre el papel de la mujer en la Iglesia.(3) Hay esperanza, pero no hemos hecho más que empezar.
- Hay que impulsar la participación paritaria en Consejos, Comisiones, etc. de Vicarias y arciprestazgos.
- Aumentar la representación femenina en retiros, encuentros, conferencias…
- Compartimos la denuncia de clericalismo en la Iglesia que hace el Papa.
- Existen compromisos arriesgados de mujeres en favor de los empobrecidos.
- Vamos demasiado despacio, muchos curas y no curas, no nos consideran en igualdad.
- El feminismo por lo general no se estudia, simplemente se critican los temas más complejos, los puntos más llamativos. La mayor parte de las mujeres en la Iglesia somos mayores y estamos cansadas, se puede esperar poco. Y las jóvenes, al menos las que yo conozco, no quieren polémicas, simplemente renovar música y temas sencillos. Posiblemente no ven claro el fondo del tema: igualdad en un marco democrático.
- Es urgente promover una familia y una sociedad no machista. Un mundo inclusivo.
- Elemento de fondo: enfrentamiento y oposición de un sector importante contra el Papa Francisco, ya es guerra abierta no disimulada.
- Teología errónea de bases eclesiales y de muchas mujeres que siguen aferradas a que Jesús fue varón y desde ahí es difícil avanzar. Pero en Cristo NO hay diferencias por género, estado de vida ni ninguna otra diferenciación humana.
- Sólo el 1% de la población católica de EEUU participó en el proceso sinodal.
- Un desafío en este proceso es el porcentaje elevado de obispos contra el Papa Francisco.
- Primera Sesión del Sínodo: El mayor número de votos contra la propuesta fue sobre la ordenación diaconal de las mujeres. Esta actitud significa la NO aceptación de la Iglesia como el Pueblo de Dios sacerdotal, real y profético. La razón del NO a la ordenación de las mujeres está basada en el cuerpo de Jesús como hombre. Pregunta… ¿somos mujeres la imagen de Dios, si no podemos imitar y seguir a Jesús porque no somos hombres?
- Había mujeres en el Sínodo que opinaban en contra de la ordenación de la mujer, hablaban de la complementariedad del género y lo específico de ser mujer.
- Desafío: Conjugar la Iglesia jerárquica y la Iglesia Pueblo de Dios para que la Iglesia sea sinodal, caminando juntos.
Algunas Conclusiones
+ La Iglesia a lo largo de los siglos nos ha asignado el rezo, los cuidados y la sumisión. Nos ha arrinconado. Los terrenos intelectuales, de gestión y decisiones, eran y son todavía campos masculinos. Excepciones a esas dinámicas, rebeldías, siempre han existido pero han sido escasas.
+ La Iglesia se tiene que democratizar de verdad: sólo así mujeres y hombres estaremos en el mismo plano de solidaridad y fraternidad. Hoy es una estructura cuestionada en las sociedades que tienen asentados los principios democráticos y que saben que nadie es más que nadie. Debe abrir sus estructuras a la presencia y responsabilidad femeninas en igualdad con los varones. No podrá avanzar sin tenernos en cuenta como iguales en Derechos y Obligaciones. Será un camino fecundo, beneficiará a mujeres y a hombres, y si no lo hace, estará cada vez más condenada a la irrelevancia.
+ Durante el último tercio del siglo XX y lo que llevamos de éste, gran parte de las sociedades han equiparado la formación de las mujeres a la de los varones. Los sistemas educativos en la mayoría de los países son para todos iguales. Y las mujeres de la Iglesia han entrado a las facultades de Teología (y por supuesto a todas las facultades), no podía ser de otro modo. Poco a poco se van abriendo paso en la Teología Católica: debates, publicaciones, foros, mayor presencia institucional aunque todavía escasísima…
+ El envejecimiento general de las personas creyentes es un hecho constatado. Los desafíos que quedan por delante NO reposan en mujeres jóvenes porque hay pocas. Tampoco los hombres jóvenes son numerosos en esta Iglesia del s.XXI.
+ Reconsiderar los cuidados, traerlos al debate eclesial y hacer de ellos unos valores esenciales de los seres humanos en cualquier sociedad y en la Iglesia, nos hará avanzar en igualdad, en justicia, e irá disolviendo las asimetrías. Recuperaremos Evangelio, construiremos la sociedad de iguales planteada por Jesús.
+ ¿Qué repercusión tendrá en el tema de la mujer la hostilidad hacia el Papa, de amplios sectores de la Curia Romana, de numerosos obispos y fieles? ¿Cómo y cuánto van a influir los sectores, especialmente femeninos, que siguen aferrados a que Jesús fue varón y los cometidos no pueden ser los mismos? Y por último ¿Podemos avanzar, mujeres y hombres, en una Iglesia comprometida con la Justicia, la Paz y el Cuidado de las Personas y de la Creación… desde una Iglesia desigual.
- (1) (2) Isabel Gómez Acebo, “El papel de las mujeres en las grandes religiones”
- (3) En este punto hay coincidencia de casi todas las participantes.
Madrid, abril de 2024
Adriana Sarriés