Últimamente pareciera que la naturaleza y una voluntad perversa se hubieran unido contra el ser humano y se hubieran puesto de acuerdo para incrementar los sufrimientos de los más débiles, de los pobres. Así ha ocurrido en Estados Unidos, México, Centroamérica, India, Pakistán, Ceuta, Melilla,…
Pareciera como que las plagas bíblicas hubieran vuelto a la tierra. Bajo la forma del hambre, que está forzando a miles de personas del Sur a llamar desesperadamente a las puertas del mundo rico. Bajo la forma de guerras, que los países poderosos guiados por la ambición de poder y de riqueza desencadenan contra los pobres. Bajo la forma de peste del SIDA que, tantas veces olvidada, sigue castigando a los países del Sur y produciendo miles de muertes. Bajo la forma de huracanes, lluvias torrenciales, terremotos… que incrementan esta mortandad entre los sectores más vulnerables.
¿Por qué tanto sufrimiento? ¿Y por qué éste se ceba, sobre todo, con los pobres? Acudir a Dios como respuesta resultaría sacrílego, pues al menos el Dios que nos reveló Jesús de Nazaret es el Dios de los pobres, el que asume su suerte y su causa y se compromete en su liberación. Este Dios de Jesús no actúa directamente en la historia, sino que la deja en nuestras manos, siendo responsabilidad nuestra el que ésta camine hacia la vida o hacia la muerte. La verdadera causa hay que buscarla en otra parte. Está en las malas decisiones humanas, que se concretan en un mundo estructuralmente injusto.
Y si no, ¿por qué un huracán, un terremoto, unas lluvias torrenciales castigan más a los pobres que a los ricos? Porque son más vulnerables y sus condiciones de pobreza son la razón de que habiten en viviendas infrahumanas, de que estén situadas en lugares inadecuados y sean débiles ante las fuerzas desatadas de la naturaleza. Y explica que los pobres no puedan evacuar una ciudad en peligro, porque ni tienen medios para escapar, ni un lugar a donde ir. ¿Por qué miles de personas se juegan la vida lanzándose al mar en pateras? ¿Por qué se lanzan al asalto de las alambradas que el mundo rico pone en sus fronteras, impidiéndoles cumplir su sueño de llegar a él con la esperanza de una vida mejor? Porque en sus países conviven con el hambre, la violencia y no ven posibilidad de un futuro mejor.
Ante esta situación, qué decimos: que de todo esto somos responsables los habitantes del mundo rico, gracias a nuestra ideología del mercado, que lleva al “sálvese quien pueda”, y del expolio de estos países durante la colonia, que continúa hoy a través de la deuda externa, del comercio injusto y de las guerras de conquista. Y gracias también al insostenible nivel de consumo del mundo rico, que lleva al expolio de la naturaleza y al cambio climático, que es una de las causas de la virulencia de los fenómenos naturales, que ha producido desastres en tantos lugares.
Lo que está ocurriendo no es, pues, un “castigo de Dios”, sino un “genocidio humano”, no menos escandaloso que el genocidio nazi, si nos atenemos al número de víctimas producidas por el hambre, el SIDA, las guerras: el SIDA mata cerca de 3 millones de personas por año. El hambre, 5 millones de niños por año. ¿Vamos a permanecer callados? ¿Vamos a permanecer indiferentes? ¿Podemos mirar a otro lado y pensar que esto no tiene que ver con nosotros?
Desde Acción Verapaz, que ha nacido como una apuesta por el ser humano, no queremos callar, por eso decimos varias cosas. No al sistema que excluye, margina, expulsa… y como solución para los que están fuera inventa vallas con púas. No a la pasividad de los gobiernos del mundo rico y de los organismos internacionales. No a la violación de los Derechos Humanos, que se produce en los movimientos migratorios. No al enfoque represivo en las políticas migratorias. No a nuestra propia pasividad e indiferencia. No al comercio de armas: toda la ayuda que, durante un año, dan los países para el combate del SIDA, representa sólo tres días de gastos en armas. No al uso depredador de la naturaleza por parte de una minoría de privilegiados.
Y en la misma medida afirmamos también varias cosas. Sí a un orden mundial más justo y basado en el respeto de las personas y sus derechos. Sí a la actuación de los gobiernos y de los organismos internacionales que puedan poner freno a tanto sufrimiento y tanta muerte. Sí a que se respete el derecho a la solicitud de asilo de las personas que proceden de países en guerra y con graves conflictos, de los que no somos ajenos. Sí a la condonación de la deuda externa, al comercio justo y a una ayuda humanitaria rápida y organizada. Sí a una actitud de solidaridad y compromiso por parte de todos: personas, sociedad civil, Iglesias y organismos de todo tipo. Sí a una vida digna para todos, cualquiera que sea su raza, nación o religión. Sí a un uso racional de los recursos naturales, que suponga respeto y cuidado de nuestra casa común.
A. Lobo y Dulce Carrera