“¡Me muero de hambre!”… Es el grito que expresa la realidad de un holocausto de magnitud sobrecogedora, que denuncia el egoísmo y la injusticia que dominan en el mundo y que demanda compromisos de justicia y solidaridad para que este grito se aplaque.
“¡Me muero de hambre!”… Es el grito silencioso del 40% de la humanidad (2.700 millones de personas) que viven en condiciones de pobreza (menos de dos dólares diarios) o de pobreza extrema (menos de un dólar diario). Es el grito de 100 millones de niños que todavía no están escolarizados en el mundo. Es el grito de 880 millones de personas adultas que son analfabetos. Es el grito de más de medio millón de mujeres que muere por causas relacionadas con la maternidad (embarazo y parto). Es el grito de millones de enfermos que mueren antes de tiempo a causa del sida, malaria, tuberculosis y otras enfermedades comunes por no tener acceso a servicios médicos y farmacéuticos adecuados. Es el grito de 11 millones de niños y niñas que mueren en el mundo antes de cumplir los cinco años. Es el grito de más de 2.000 millones de seres humanos que no tienen acceso a servicios higiénicos y de saneamiento, y de cerca de 1.000 millones que no tienen acceso a agua potable… Es el grito desesperado de tantos miles de personas que, a diario, están arriesgando su vida y lo poco que tienen en desprotegidos “cayucos” (“pateras” o “yolas”) por mares peligrosos en busca de otra orilla en la que al menos sea posible la supervivencia…
“¡Me muero de hambre!”… Es el grito de millones de heridos y medio muertos en los márgenes de nuestra sociedad tecnológica y globalizada, que denuncian con su sola presencia las contradicciones existentes en la misma y reclaman con toda razón que “otro mundo tiene que ser posible”. Es el grito que exige responsabilidades (“¿qué has hecho de tu hermano…?”). Naturalmente, porque la pobreza y el hambre no son fruto del “azar o la necesidad”, tampoco lo son de la buena o mala fortuna, sino que fundamentalmente son el resultado de una determinada forma de organizar la vida económica y política y, por lo mismo, tiene que ver con la libertad y responsabilidad humanas. Hoy la pobreza y el hambre no son males inevitables, la humanidad cuenta con alimentos, tecnologías y recursos suficientes para atender adecuadamente a una población mucho mayor de la actual, lo que pasa es que los recursos están mal repartidos y, muchas veces, mal utilizados. Por eso, este grito (¡me muero de hambre!) es una llamada acusatoria que demanda responsabilidades (¡me estás matando de hambre!) a quienes lo provocan (organismos económicos y financieros internacionales, sobre todo), a quienes teniendo poder para evitarlo lo consienten (gobiernos nacionales y organismos políticos supranacionales) y a quienes con nuestro estilo de vida, silencio e inhibición ante semejante catástrofe humanitaria nos volvemos cómplices de este sistema económico y político injusto.
“¡Me muero de hambre!”… Este grito no es sólo denuncia, es también una llamada a la justicia y solidaridad de todos para ayudar a que la cuerda que aprisiona se rompa y una vida más humana sea posible para todos. En este momento, es llamada, en primer lugar, a los 189 jefes de Estado para que cumplan los compromisos que asumieron al firmar, en septiembre del año 2000 la Declaración del Milenio, por la que se comprometían a trabajar juntos para construir un mundo más justo, igualitario y seguro antes del 2015, y para lo cual se propusieron ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio, que venían a ser los deberes que la comunidad internacional se imponía para acabar con el hambre, eliminar la desigualdad de género, garantizar el acceso a la educación, a la salud y al agua potable y eliminar la degradación del medio ambiente. Es llamada a la responsabilidad y coherencia de la comunidad política internacional, pues seis años después de aquella aprobación solemne, los datos que ofrecen los últimos informes de los organismos internacionales afirman que no sólo no se está avanzando en la consecución de esos objetivos para los plazos fijados, sino que en algunos aspectos se está retrocediendo. Y, sin embargo, cumplir esos objetivos es enteramente factible, bastaría con cambiar la hoja de ruta política de algunos países. Veamos un ejemplo: Naciones Unidas estima que serían necesarios 100.000 millones de dólares anuales hasta 2015 para cumplir los Objetivos del Milenio. Sólo el presupuesto 2005 de Estados Unidos en Defensa ascendió a 500.000 millones de dólares, un 41% más que en el año 2001.
Este grito (“¡me muero de hambre!”) es llamada a la ciudadanía mundial para que exijan a sus gobernantes que se dejen ya de palabras y cumplan los compromisos que vienen asumiendo en los distintos organismos internacionales a favor del desarrollo de los pueblos, y para que promuevan políticas sociales de alcance internacional orientadas a paliar las desigualdades existentes y a superar las formas más lacerantes de miseria. Resulta vergonzoso que, después de tres décadas de crecimiento acelerado en los países ricos, tengamos que seguir reivindicando a nuestros gobiernos que dediquen el 0,7% de su PIB para ayudar al desarrollo de los países menos desarrollados, una reivindicación planteada ya en la sede de Naciones Unidas en 1974 y que, a excepción de media docena de países, nadie cumple todavía. La misma vergüenza deberían sentir las entidades financieras internacionales y los gobiernos acreedores cuando desde la sociedad civil se les pide que cancelen la deuda externa a países extremadamente pobres, porque esa deuda ya ha sido pagada con creces, porque fue acumulándose en base a tipos abusivos de interés, porque en muchos casos fue contraída por gobiernos corruptos y porque está hipotecando cualquier posibilidad de desarrollo a esos países y condenando a muerte temprana o a una vida inhumana a los colectivos más pobres de esos mismos países. Y qué decir de las injustas relaciones comerciales existentes a nivel internacional… ¿Resulta coherente y justo que organismos internacionales, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), exija a los países pobres políticas de liberalización total de sus mercados, a la vez que los países ricos (con mayoría decisoria en el FMI) siguen protegiendo sus mercados con barreras arancelarias que cuestan a los países menos desarrollados 100.000 millones de dólares, el doble de lo que reciben como ayuda al desarrollo?...
Porque todo esto es claramente injusto, los ciudadanos estamos urgidos a levantar la voz –individual y colectivamente- para que no se sigan cometiendo semejantes abusos y tropelías, y se cambien las políticas interesadas por políticas no discriminatorias y orientadas al desarrollo de los pueblos menos favorecidos. En esta tarea vienen trabajando desde hace tiempo muchos colectivos sociales y organizaciones ciudadanas, y con este mismo fin la “Alianza Española contra la Pobreza” ha organizado durante este mes de octubre una nueva campaña titulada “Rebélate contra la pobreza. Más hechos, menos palabras”.
“¡Me muero de hambre!”… Es un grito dirigido a todos y cada uno de los seres humanos. Ante él podremos tapar nuestros oídos porque nos resulta molesto y cuestiona nuestro modo de vida; ante él podremos desentendernos, encerrados en nuestra conciencia individualista y ególatra (¿soy yo, acaso, el guardián de mi hermano?...). Pero también podemos escuchar y atender responsablemente ese grito. Sólo entonces nuestra vida será verdaderamente humana.
Bernardo Cuesta Álvarez
Presidente de la Federación de Asociaciones Acción Verapaz
2006