Un día como hoy hace ya 62 años, el 10 de diciembre de 1948, fue adoptada por la Asamblea General de Naciones Unidas en París -en su Resolución 217 A (III)- la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Fue el resultado de la síntesis histórica de casi doscientos años de trabajo y esfuerzo por expresar los valores humanos básicos en términos de derechos, inspirados en diversas tradiciones culturales, religiosas y legales. Hoy, sigue siendo el documento de mayor autoridad moral y legal en Derechos Humanos, a la par que el más vulnerado.
Fue un documento que nació de la racionalidad de una postguerra mundial y estableció un marco de referencia idóneo donde la comunidad internacional asentara su conciencia. Pero la sociedad va evolucionando y de la ciencia prepotente de la modernidad, se pasó a la decadencia relativista de la postmodernidad, donde el valor imperante que sobrevivió fue el individualismo egoico, que pasó de local a global. Y dijo Gandhi: “Ojo por ojo, y el mundo quedará ciego”.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos fue gestada desde la mente y bienvenida fue, pero si no conseguimos respetarla y refrendarla desde el corazón, desde el corazón de cada uno de nosotros, oscilará al ritmo de la conveniencia y no de la justicia y de la dignidad de todos. La mente crea el puente pero es el corazón quien lo cruza. Gandhi lo volvió a decir: “la ciencia sin espiritualidad nos lleva a la destrucción y a la infelicidad”. La mente ha llegado a su tope de eficiencia, ha de ser tocada por el corazón para ser transcendida en espiritualidad y sólo en ese momento el uno será el todo y yo seré tú. Sin embargo, mientras siga siendo la mente la única protagonista, los intereses individuales nos llevarán en nuestro día a día a no respetar al más cercano. Estamos acostumbrados a delegar las responsabilidades en los Estados, en las Multinacionales, olvidando que ambos son posibles porque están dirigidas por personas y olvidando que la Humanidad es no es individual, es un organismo global donde cada parte y cada célula afecta a las demás. Una explosión espiritual universal conseguiría que los seres humanos fuéramos realmente iguales en dignidad, porque asumiríamos el Primer artículo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Artículo 1: “Todos los seres humanos nacen libres en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”
En esta jornada de conmemoración de los Derechos Humanos, esta vez en vez de proponer la denuncia de lo vulnerado, propongo la reflexión de cada uno de nosotros en la responsabilidad colectiva:
- ¿Cómo contribuimos en nuestro día a día al respeto por el otro, a la no vulneración de sus derechos desde lo más sencillo?
- ¿Cuán somos capaces de renunciar a nuestro interés particular en aras del interés colectivo?
- Cuán somos capaces de estar atentos en nuestras conductas: en nuestro consumo; en nuestra manera de tratar al diferente; en nuestra forma de juzgar al inmigrante; en nuestra movilización por el vulnerado; en el uso de la palabra, su tono y contenido; en el respeto por la Tierra Sagrada; en el ejercicio diario de la paz, de la tolerancia, de la participación en la cosa común; en la generación de violencia.
- ¿Cuán somos capaces de indignarnos y decir no a las injusticias cercanas?
- ¿Cuán somos capaces de compartir: alegría, dolor, comodidades…?
- ¿Cuán somos capaces de ser conscientes, despiertos y de afectarnos por el otro?
- ¿Cuán somos capaces de hacer nuestro el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y vivir la fraternidad?
La transformación de la sociedad y sus debilidades pasa por la transformación de uno mismo, la transformación de uno mismo pasa por la transcendencia del yo en el tú, creando un nosotros desde el corazón…que nos encuentra y nos moviliza.
¿Qué tal si por esta vez en vez de denunciar al otro que vulnera los Derechos Humanos, nos revisarnos a nosotros mismos?
SILVIA GIMÉNEZ RODRÍGUEZ
Coordinadora Comisión de Proyectos de Acción Verapaz