Buscando una actitud personal de coherencia, queremos y necesitamos comprometernos con este planeta en el que vivimos, pero en muchas ocasiones no sabemos cómo hacerlo. En este mundo gobalizado y complejo, el ciudadano de a pie se encuentra desorientado, sin saber qué actitud tomar, y qué camino seguir. A a pesar de la gran información, nos sentimos desinformados y sentimos que nada es lo que parece. Muchos de nosotros somos conscientes de que tenemos una deuda pendiente con la tierra. El planeta que nos sirve de sustento nos facilita el aire que respiramos, el agua que bebemos y la comida que comemos, y somos nosotros los ciudadanos anónimos los que estamos iniciando el camino para cambiar la mentalidad de la sociedad y pasar de una economía basada en la sobreexpoltación de la tierra a la de un desarrollo sostenible.
Desde Acción Verapaz-Sevilla consideramos que los argumentos aportados por la ciencia de la ecología y por los movimientos ecologistas se han convertido en punta de lanza para transformar nuestro mundo en un lugar más justo; además pueden ayudarnos a realizar una crítica sistémica y rigurosa a los poderes imperantes en nuestro mundo en múltiples dimensiones: política, económica y social. Por todo ello, organizamos unas jornadas de tres días para reflexionar acerca de “la mirada ecológica” sobre nuestro mundo en marzo del 2011. Invitamos a profesores de la universidad especialistas en ecología, miembros de ONGs como Intermon y personas preocupadas por la dimensión espirirual de la ecología. Las aportaciones que vienen a continuación son producto de una reflexión crítica del grupo de Acción Verapaz-Sevilla, de las ponencias y de los debates suscitados por estas ponencias.
Somos conscientes de que la tierra tiene capacidad para regenerarse, siempre que el impacto no sea grande. El problema es que, en la actualidad, el impacto que estamos produciendo es casi irreversible, por lo que estamos afectando a todo el ecosistema de la tierra, que lleva funcionando millones de años con unos mecanismos internos que lo autorregulan. Estos mecanismos han resultado ser apropiados, por lo que podríamos intentar imitarlos.
Uno de ellos es que la transmisión de energía entre los elementos del llamado "ecosistema tierra" es vertical y no horizontal (salvo los ríos). Por ello nuestra interrelación con los demás elementos de nuestro ecosistema debería ser vertical. Esto implica, por ejemplo, que cada cosa que consumimos debe ser adquirida cerca del lugar de producción, para que el impacto en el ecosistema sea menor. Nos debemos replantear nuestra forma de consumir, ya que en realidad nosotros no pagamos lo que realmente valen las cosas, porque si fuera así, un plátano de Chile sería más caro que uno de Granada, lo cual implica que hay costes que está asumiendo alguien (ya sea la tierra, el ecosistema, el aire o las injusticias sociales que algunas poblaciones soportan).
Otro planteamiento a tener en cuenta es si tenemos derecho a comer todo lo que queramos cuando queramos. Lo que, a su vez, nos lleva a plantearnos a costa de qué lo hacemos. ¿El tener dinero en el bolsillo nos da derecho a querer comer kiwis de Nueva Zelanda? ¿No tenemos suficiente con las naranjas, por ejemplo? Comer kiwis neozelandeses o piñas tropicales en invierno es signo de que estamos alterando algo, porque en condiciones normales no los tendríamos. Estamos abusando de su transporte y su plantación.
Por otra parte, se está produciendo una especialización en la producción, ya que el monocultivo abarata el producto, pero esto implica dejar la economía de países enteros o grandes regiones a merced de los avatares de la cosecha de un solo producto, con lo que pasarán a depender de los precios que marquen los mercados internacionales. Y las oscilaciones de estos mercados puede provocar su ruina eonómica. Además, al producir un solo producto pueden llegar a provocarse problemas de alimentación de esas capas sociales eminentemente agrícolas, que además de empobrecidas por los precios tan bajos recibidos por sus cosechas, se ven en la obligación de comprar el resto de los productos necesarios para su sustento.
De esta manera estamos configurando un sistema alimenticio donde teóricamente los distintos productores se encargan de un solo producto y posteriormente el mercado los redistribuye todos. Pero esto es una ficción, porque esta redistribución no es justa ni equitativa. El que dispone de dinero no tiene problemas, acude al mercado cada día y compra los productos que necesita cada día. Pero en los países pobres, la situación no es la misma, los pequeños productores compiten con las grandes plantaciones, en las que los costes de producción son muy bajos. Por otra parte, los precios de venta de las cosechas oscilan debido a la especulación. De esta forma, debido a la competencia con los grandes productores y a la especulación de los mercados, los pequeños propietarios reciben precios muy bajos con los que ni siquiera cubren los costes e incluso puede llegar a suceder que nadie compre sus cosechas en los casos de excedente de producción. Así, los pequeños productores de los países pobres llegan a vivir situaciones desesperadas, ya que no reciben el dinero que esperaban por sus cosechas y sin embargo cada día tienen la necesidad de adquirir alimentos de primera necesidad para su sustento y el de su familia, productos que por otra parte no han cultivado y que no pueden comprar. De este modo esta especialización ha provocado un mayor empobrecimiento de la población, que en muchos casos lleva hasta verdaderas hambrunas.
Desde el concepto de huella ecológica podemos plantearnos (tanto desde un planteamiento cristiano, como desde un no cristiano, pero siempre comprometidos con el ser humano) que si un objetivo ético a conseguir es el reparto de los recursos naturales de una forma justa entre todos los seres humanos, entonces: ¿Somos conscientes de que nuestra forma de consumo haría que, con todo el dinero del mundo, eso no fuera posible porque no hay Tierra, Planeta, para todo ese consumo? La pregunta que podemos hacernos es : todo lo que creemos necesitar ¿lo necesitamos realmente? Por ejemplo, renovar el móvil, cambiar la televisión que todavía funciona por una de pantalla plana, o comprar un vestido nuevo... ¿lo necesitamos o la sociedad nos hace creer que lo necesitamos? Sería interesante que cada uno de nosotros reflexionáramos antes de hacer una nueva compra.
Respecto de las crisis alimenticias, hemos visto cómo se producía una de gran volumen a nivel global, principalmente porque los especuladores han entrado en el mercado de los alimentos, bajo la ambigua denominación de "mercados de futuro". Estos especuladores, que compran las cosechas con varios años de antelación, suben después los precios a su antojo, provocando directamente la escasez de alimentos básicos y por lo tanto las hambrunas en los países pobres.
En este sentido se hace necesario hacer una reflexión profunda sobre la producción de biocombustibles, ya que se están empleando para su producción superficies de cultivo que hasta ahora se destinaban a la producción de alimentos para el consumo humano. Pero ahora se da la paradoja de que es más rentable destinar la producción a la fabricación de biocombustibles para los países ricos que destinarlo al alimento de los países pobres. ¿Realmente los biocombustibles son un adelanto para toda la humanidad o simplemente son un parche políticamente correcto, que sirve para acallar el espíritu ecológico de los habitantes de los países desarrollados (tan concienciados ahora con el medio ambiente), y tapar la realidad que queda detrás, a saber, el empobrecimiento de los pequeños productores y la subida drástica de los precios de los productos de primera necesidad para los países en vías de desarrollo, con la consecuentes hambrunas?
Con la mirada ecológica, hemos aprendido a valorar los costes ocultos de la dependencia del petróleo, incluido el del calentamiento global. De igual forma, no deberíamos olvidar los de la energía nuclear, o de los cultivos transgénicos, por poner dos ejemplos totalmente diferentes.
Desde una perspectiva crítica, creemos que, con respecto a las medidas proteccionistas, deberíamos distinguir entre los países desarrollados y los que aún estan en vías de desarrollo. El ecologismo llega a nosotros (los países desarrollados) cuando ya hemos talado gran parte de nuestras masas forestales, repoblando con especies no autóctonas en algunos casos o dedicando al cultivo otra gran parte de estas tierras. Hemos introducido cultivos ajenos a nosotros (como el maíz) para alimentar a los animales, aumentando de forma considerable su número hasta el punto de que nuestra tierra no los puede mantener y suplimos esta deficiencia con producciones intensivas o con productos traídos de otros países. Nos hemos industrializado, pero hemos contaminado nuestros ríos y nuestras costas con los residuos. Y, aunque la relación entre explotación de la naturaleza y mejora de las condiciones de vida no sea directa y lineal, es indudable que este ha sido, por lo menos en parte, el precio que hemos pagado por conseguir tener la esperanza de vida mayor de la historia, por vivir en casas con luz eléctrica, agua potable y saneamientos, por disfrutar en mayor o menor medida del estado del bienestar, donde la sanidad y la educación son públicas.
En este momento, nuestra economía se basa en el sector de los servicios. Pero nuestras multinacionales siguen controlando la producción en los países en vías de desarrollo, a los que hemos pasado el testigo de la contaminación.
Ahora, cuando vivimos cómodamente y hemos alcanzado un alto nivel de desarrollo tecnológico, es cuando reparamos en el medio natural que tenemos a nuestro alrededor y que estamos destruyendo. Ahora establecemos normativas intentando defender los recursos naturales, investigamos en energías alternativas al petróleo, pero sin renunciar a nuestro nivel de vida. Sabemos que si toda la población de la tierra viviera como nosotros, el planeta no resistiría. No habría alimentos suficientes, ni petróleo suficiente.
Por lo tanto, cuando nos planteamos la revisión ecológica de nuestro modelo de desarrollo, en realidad ¿nos cuestionamos verdaderamente nuestro modelo, o lo que ponemos en duda es que otros (los llamados países emergentes concretamente) sigan nuestro modelo de desarrollo? ¿Cabe la posibilidad de que dentro de esta moda de lo "politicamente correcto", la mirada esté más puesta en el discurso politico y el lenguaje, que en una verdadera revisión de los pilares sobre los que se sustenta nuentra sociedad? Desde esta postura crítica ¿la mirada ecológica no corre el riesgo de convertirse en una impostura? ¿No será en realidad una válvula de escape para que nada cambie y para acallar las voces críticas, pero poder seguir evolucionando en la línea del crecimiento económico y la especulación de los mercados?
Finalmente, en cuanto a la ecología y espiritualidad, la ecología no puede ser una sincera opción por la defensa de la naturaleza desde una perspectiva cristiana si no la integramos en nuestra espiritualidad, si no nos sentimos profundamente unidos a la corriente de vida, muerte y resurrección que nos desborda e inunda, que no comprendemos y a veces nos asusta, pero que nos abraza misteriosamente.
ACCIÓN VERAPAZ
Delegación de Sevilla 2011