Pues bien, el comentario propuesto no era nada sencillo, lo intuí desde el principio, pero experimentaba la necesidad de abordarlo: “El Perdón, imprescindible para la paz”.
¿Qué ha pasado después de lanzar el tema y que se me asignara desarrollarlo? Pues que he podido comprobar que me había metido en un auténtico jardín…
Pedí colaboraciones, pero la gente se escaqueó... Miré artículos y ninguno me llenaba. Al cabo de pocos días, en medio de esta búsqueda, descubrí que mi inquietud por hacer esta reflexión tenía que ver con mis sentimientos y emociones, con lo que el pasado de ETA y el denominado proceso de paz, que supuestamente se está viviendo en el país vasco, me hace experimentar. Y también lo que me produce el aparente silencio, el olvido o evasión consciente o inconsciente que vivimos en el resto del país.
Sin casi pretenderlo los recuerdos se amontonan, estallan como si quisiera vomitarlos. Y no me sorprende porque guardo muchos, guardo experiencias grabadas con dolor. Os cuento unos pocos de esos recuerdos: el primero cuando en la escalera de mi casa en Pamplona, dos pisos más abajo y durante muchos años, veíamos siempre la luz del descansillo al subir en el ascensor que tiene un pequeño cristal en la puerta. Eran policías que se sustituían en tres turnos todos los días del año protegiendo al periodista y director de un diario local que había sufrido un atentado y sobrevivía de milagro (21 disparos). En frente de la casa un vecino secuestrado mucho tiempo, persona muy apreciada, empresario medio. También tocaron en mi entorno próximo las cartas amenazadoras: algunos se fueron de Pamplona/Navarra, otros pagaban en silencio y otros permanecían en su pueblo, en su ciudad, con el miedo apoderado de sus vidas. Estos últimos, según indicaciones expresas, no debían compartirlo con la familia y con disimulos y excusas no se dejaban acompañar al garaje porque antes tenían que mirar en los bajos de su coche, también cambiaban de ruta constantemente, dormían mal o pésimamente mal, etc. Y más de un familiar o amigo decía: fulanito está un poco raro. Pueblos divididos, sometidos muchos al miedo que otros se encargaban de fomentar con pintadas, dianas… atentados o disparos a bocajarro. Ciudades también tensas, donde expresarse en voz alta en espacios públicos no era muy recomendable… ciudades doloridas e inseguras para demasiadas personas.
Podría seguir vaciando recuerdos pero no creo que sea bueno, quiero centrarme en el comentario que me he propuesto hacer, estoy tratando de aclararme sobre el PERDÓN: ¿qué es? ¿qué efectos puede producir? ¿es realmente un puente para la paz? ¿perdón e impunidad van de la mano? ¿siempre hay que pagar un precio al perdonar? Si la justicia es ante todo reparar a las víctimas, a todas las víctimas ¿cómo conjugar justicia y perdón? Deseo aclararme, al menos un poco, no sé si lo conseguiré.
No os brindo un comentario ordenado, sesudo, acabado. Os invito a haceros estas y otras preguntas que os surjan. Tampoco pretendo hacer un trabajo intelectual desde la sicología, la sociología, la política, la religión o el derecho. No estoy capacitada. Iré simplemente desgranando reflexiones que después de mucho leer me han convencido más, probablemente estarán desordenadas. Y quedará para vosotros y vosotras desarrollarlo mejor, completar, criticar estás líneas.
Partimos de la definición: PERDÓN es remitir la pena merecida, y PERDONAR es remitir la deuda, ofensa, la falta, el delito u otra cosa al perjudicado, es eliminar facturas pendientes para iniciar una nueva etapa en la relación ofensor/ofendido. Pero la definición no basta, yo al menos necesito más. Y voy descubriendo que el perdón es una decisión, una actitud, una forma de vida.
El PERDÓN SUPONE QUE ALGUIEN TE PIDA PERDÓN. Y aceptarlo, concederlo, generalmente se vive en un proceso. Desemboca, cuando es real, en el restablecimiento de una parte de nuestra vida, se inicia la reparación de algo que estaba roto. Y podemos comenzar de nuevo porque el perdón libera.
El perdón no puede darse con olvido porque cuando se olvida no hay nada que perdonar. Pero para que el perdón se conceda, la otra parte debe pedirlo y mostrar arrepentimiento y más… Supone un trabajo difícil sobre las emociones, las convicciones, las actitudes.
Cuando alguien se siente víctima durante largo tiempo, la resistencia al perdón se agranda porque el dolor acapara parte de la identidad. Perdón no significa negar el daño, pero éste ya no nos domina.
Cuando digo que el perdón es una decisión, una forma de vida, entiendo lo siguiente: Nuestra disposición cuenta con perdonar y aquí está el “puente”, esta disposición nos lleva a abandonar el odio, después a respetar, a crecer en la capacidad de amar. No es retórica.
Además, particularmente en los procesos colectivos, poder perdonar de verdad significa recorrer un camino que incluye:
- Verdad: Reconocer los hechos reales que causaron la ofensa, diferenciar entre víctima y verdugo. No enmascarar la realidad. Cuando ETA mataba despreciaba la vida humana y ponía por delante su ideología política para justificar un crimen. Igual cuando lo hacía el GAL. Recordamos el pensamiento de Castellio –teólogo católico y humanista- cuando se dirige por carta a Calvino, que quema herejes en Ginebra porque no piensan como él (s. XVI): Matar a un hombre por defender una idea no es defender una idea; es matar a un hombre.
- Justicia: Asumir la responsabilidad de los actos cometidos; si tienen consecuencias penales, aceptarlas. Estar dispuestos a apoyarse en la ley.
- Reparación: En la medida de lo posible reparar el daño causado: petición de perdón, apoyo económico en su caso, moral, restablecimiento de la dignidad de las víctimas, de su honor, cerrar de verdad las heridas.
Sin pretenderlo pienso de nuevo en el proceso inacabado de Colombia y también en los nuestros por muy diferentes que sean (víctimas de nuestra guerra civil, víctimas del franquismo, víctimas de ETA y también de los GAL u otros instrumentos de Estado). Tengo ahora más claro que la reconstrucción de una sociedad en su camino hacia la paz supone la reparación, al menos parcial del daño producido. Y supone el perdón. Por eso es tan difícil.
Víctimas y victimarios, de cualquier lado o país, pueden (podemos) permanecer bloqueados como consecuencia de la violencia sostenida cuyas secuelas son destructoras. Sumamente difícil pedir perdón y perdonar, pero sin ello no es posible la paz. Como dato de interés en este punto una observación que la Encuesta Nacional de Salud Mental ha hecho hace pocos meses: “… (en contexto de violencia) muy poca parte de la población es capaz de reconocer el miedo y la tristeza en el otro. Y esto es una condición para los procesos de paz.”
Estaría bien entrar ahora en los límites del Perdón y aportar algo de eso que llaman la Justicia Transicional. No estoy capacitada, si queréis ahondar tendréis que buscarlo en otros comentarios o estudios. Pero sí quiero apuntar a un proceso importante de paz como el sudafricano donde algunos conocedores nos aseguran que tuvo éxito sobre todo porque Monseñor Tutú lo promovió a través del perdón. A esto se añadió el esfuerzo de Mandela en una política de unidad nacional. También muy importante. Y por último, algo influyó la llamada Justicia Transicional.
A esta altura de la reflexión hecha para este comentario he conseguido aclararme un poco. Posiblemente esté en proceso de perdón… Y he llegado a este punto: el perdón no sólo implica reparar sino reducir los riesgos que la venganza y el odio pueden continuar marcando el futuro.
Abusando de vuestra paciencia os recomiendo un libro que yo NO he conseguido pero que me han asegurado que merece la pena: “LOS RENDIDOS” -sobre el don de perdonar- del joven peruano José Carlos Agüero (hijo de un matrimonio de Sendero Luminoso, ambos asesinados por paramilitares). Escucharle en algunas entrevistas a través de You Tube es reconfortante, dice cosas como éstas: “Vivimos la herencia de nuestra cultura. Siempre tenemos que tomar partido pero hay que ver desde qué punto. Y el punto –para mí- son los Derechos Humanos” “He tenido dificultad con personas de derecha y de izquierda incapaces de aproximar, incapaces de perdonar”.
Adriana Sarriés
Madrid, 25 de octubre de 2016