Hace poco, el 10 de diciembre de 2018, celebramos con demasiado silencio por parte de los medios, el 70 aniversario de la promulgación de la Carta Universal de los DDHH. Vio la luz después de dos guerras mundiales con millones de muertos (sólo en la Segunda, calculan los historiadores, fueron más de cincuenta); millones de personas con heridas físicas graves y destrozos en el alma. Países arrasados.
Su proclamación llegó, tras varios años de intenso trabajo, con una idea fundamental que se plasmó en su preámbulo: “que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen como base el reconocimiento de la dignidad y los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”. La ambición era por tanto establecer unas relaciones humanas que evitaran un nuevo horror como el que se había vivido y establecieran compromisos de dignidad entre países y personas, cualquiera que fuera su origen y condición. Un extraordinario documento que posteriormente iría inspirando Tratados y Convenciones internacionales, Constituciones y un largo etc.
La pregunta que surge es compleja: ¿Cuánto hemos avanzado? ¿El mundo está mejor? ¿Hemos hecho progresos para que a todas las personas se les reconozcan estos derechos y los disfruten? No caben respuestas simples, es bastante lógico que viendo y viviendo los problemas actuales, las respuestas sean de descontento. Tenemos una sola vida, ésta que estamos viviendo, y para responder con perspectiva tenemos que acudir a documentos gráficos y escritos de estos últimos 70 años, lecturas comparativas, etc.
Con cierto atrevimiento aporto conclusiones de autores e instituciones muy diversas, no detalladas porque serían largas y cargadas de citas. También alguna reflexión por si nos pueden servir. Los términos son globales:
- En estos 70 años hemos avanzado globalmente en democracia, hemos mejorado el llamado estado de bienestar en muchos países.
- Ha disminuido la gente que vivía con miseria y hambre (aunque hemos vuelto a estancarnos en los dos/tres últimos años).
- También son más las personas que viven sin miedo y sin discriminación. Recordemos por ejemplo a Estados Unidos y Sudáfrica…
- Hemos controlado muchas enfermedades, avanzado en la medicina y la cirugía. La esperanza de vida ha aumentado.
- Hay menos analfabetismo, la educación básica ha aumentado. También la superior.
- Protegemos más a las personas más vulnerables: infancia, vejez, personas con minusvalías …
- A día de hoy jamás se habían conocido tantas personas defensoras de DDHH en el mundo.
- Sistemas jurídicos y democráticos más avanzados. También la justicia internacional ha dado pasos importantes.
- Las nuevas tecnologías en todos los campos, las investigaciones que no cesan de avanzar, mejoran muchas situaciones y a mucha gente También nos enfrentan cada día a nuevos y enormes desafíos.
Respiramos sin embargo más cansancio, más desconfianza, más pesimismo e incluso desdén. Y esta Declaración Universal suena, en muchos ambientes, a documento enterrado o casi inútil. Queda tanto por hacer y los viejos y nuevos problemas son tan graves que nos siguen golpeando ¿cómo no? Desigualdades escandalosas, producto estrella de un sistema neoliberal que las favorece con descaro, injusticias de todo tipo, abusos, corrupción, movimientos migratorios sin precedentes desde el final de la II Guerra Mundial, que estamos gestionando sin justicia ni misericordia, problemas medioambientales graves que ponen en peligro nuestro planeta, guerras, violencia sexual y violencia de género, que hemos descubierto con vergüenza que era y es una lacra social.
Para mayor riesgo y complicación tenemos actualmente figuras políticas (y gentes que las votan) que usan el machismo, la xenofobia y la homofobia para ganar votos y ejercer el poder. Y lo hacen micro en mano o a través de unas redes que cultivan con pasión; sus discursos no incitan al preámbulo de la Declaración Universal “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen como base el respeto a la dignidad y a los Derechos de todos los seres humanos…”, sino al odio y al miedo.
Hemos descubierto la fragilidad de la democracia y sus límites. Y ese desengaño puede ser comprensible pero peligroso, no debiera paralizarnos, porque a pesar de todo esto y mucho más hemos avanzado como humanidad. Y no vale pararse, es imprescindible seguir abordando los retos, allí donde podamos y desde donde nos encontremos.
COMO FINAL traigo a la memoria un logro de une mujer llamada HANSA MEHTA que durante la redacción de la Declaración Universal logró cambiar el art. 1 de este modo: “todos los hombres nacen libres…” por “todos los seres humanos nacen libres e iguales…”. HANSA se adelantó a su tiempo? ¿tuvo un punto de visionaria? No lo sé, lo importante es que tenía razón, era consciente de la realidad que vivía. Y a pesar de la Declaración Universal, los derechos de las mujeres se han ido olvidando, ignorando en la práctica o pisoteando en mayor o menos medida según lugares, momentos y circunstancias.
En los últimos años, y muy particularmente en 2018, se están abriendo paso en el mundo caminos hacia la igualdad, podemos hablar de países donde las señales son muy tímidas y en otros incluso desaforadas. Pero sí parece que entre otras cosas la “Convención sobre la eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer” (inspirada en la Declaración Universal) está bajando al terreno. Y muchos, muchos hombres lo están entendiendo y se están sumando con la carga crítica que libremente expresan, pero suman, trabajan, ayudan en el avance porque es tarea común. Y es que se reclama igualdad para la mitad de la población mundial.
Hay otras señales de esperanza en este terreno y en otros muchos cambios hacia mejoras concretas, en diversos países, pero sería alargarme demasiado. Después de 70 años la Declaración Universal sigue siendo un sueño y un gran reto: el pleno respeto a los DDHH. Ánimo, palabra y acción por delante.
AZIZ NESIN escritor turco: “Somos responsables de lo que decimos y también de lo que no decimos al guardar silencio”.
PETER BENENSON, fundador de Amnistía Internacional: “Hasta que no haya sido puesto en libertad el último preso de conciencia, hasta que no haya sido cerrada la última cámara de tortura, hasta que no se haya hecho realidad para las personas del mundo la Declaración Universal de los DDHH, no habremos hecho nuestro trabajo”.
Adriana Sarriés
Madrid, febrero de 2019