"¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz! " (Is 52, 7).
El mensaje de Francisco para la celebración de la 55 Jornada Mundial de la Paz comienza con esta preciosa cita bíblica del profeta Isaías. ¿Qué mejor deseo podemos compartir en estos tiempos de incertidumbre donde priman los valores de la cultura de muerte y sufren tantas personas inocentes víctimas de las guerras? Francisco propone tres caminos para construir una paz duradera: “el diálogo entre las generaciones, como base para la realización de proyectos compartidos; la educación, como factor de libertad, responsabilidad y desarrollo; y el trabajo para una realización plena de la dignidad humana”.
Desgraciadamente, no existe ninguna asignatura en los libros de texto de los niños que haga referencia a la educación para la paz. Es una materia transversal, sí, pero no preferencial en el diseño curricular. Debemos ser conscientes de una premisa muy importante: la construcción de la paz es un comportamiento que se forja a través de la educación, la ciencia y la cultura, confiriendo a cada ser humano la capacidad de actuar de acuerdo con su propia reflexión. Es preciso modificar el viejo lema: "Si quieres la paz, prepara la guerra" por el de: "Si quieres la paz, trabaja por la paz". Es entonces cuando los objetivos[1] que se le imponen al educador no-violento consisten en la creación de una persona crítica, solidaria, reconciliada con la naturaleza, abierta a la utopía, creativa, no derrotista, canalizadora de su agresividad hacia la vida. El objetivo principal es el de conseguir una persona madura y tolerante que sepa vivir críticamente en la sociedad y acepte las diferencias entre las diversas culturas. Francisco es consciente de cómo “la instrucción y la educación hacen a la persona más libre y responsable, son indispensables para la defensa y promoción de la paz, son las bases de una sociedad cohesionada, civil, capaz de generar esperanza, riqueza y progreso”. Una educación entendida como encuentro profundo entre personas que parten de experiencias diferentes y buscan juntos a través de la amistad, la palabra y la vida, un nuevo orden social, una nueva creación en medio de ese caos que con frecuencia es y rodea a los hijos de la pobreza. Es vital una educación en valores a todos los niveles, que sea capaz de conectar con las verdaderas necesidades de las personas.
Un niño se sienta dentro de su antiguo salón de clases ahora destruido en Alepo, Siria.
Es innegable la constatación de que el ansia de paz está tan profundamente arraigada en el corazón humano que incluso quienes exaltan la violencia suelen considerarla como el camino para alcanzar un mundo finalmente reconciliado y en paz. La paz parece pertenecer al reino de lo irrealizable. Pero el arte de la vida humana consiste precisamente en desafiar lo que aparece como imposible. La paz constituye hoy uno de los pocos símbolos positivos para toda la humanidad. En esta perenne preocupación por la paz no podemos permanecer indiferentes a las guerras que afectan a millones de personas. Pues, como dice Francisco “dialogar significa escucharse, confrontarse, ponerse de acuerdo y caminar juntos. Fomentar todo esto entre las generaciones significa labrar la dura y estéril tierra del conflicto y la exclusión para cultivar allí las semillas de una paz duradera y compartida”. Todos somos guardianes de la vida de las personas que forman esas comunidades (Gn 4, 9).
Nos queda la utopía de la paz. Para que la utopía del shalom bíblico actúe en nosotros como el principio esperanza, desde hace dos mil años la eucaristía de cada día empieza con el saludo de la paz y acaba con la despedida de la paz. Se nos impone a todos tomar conciencia de lo que ocurre a nuestro alrededor; no se puede vivir con los ojos cerrados ante la crisis económica, las amenazas de los bloques militares, el deterioro del medio ambiente, etc.
Por último, el trabajo dignifica a la persona, no importa cuál sea y dónde se realice. Sí hay que velar para que se cumplan los derechos del trabajador que han sido conquistados gracias a tanto sudor y sangre de personas valientes que ofrecieron lo mejor de sí para la sociedad. Y este trabajo digno contribuye a la paz como sueña Francisco: “el trabajo es el lugar donde aprendemos a ofrecer nuestra contribución por un mundo más habitable y hermoso”.
Miguel Ángel Gullón
[1] Cf., VELA, F., "Educar para la paz", en GARCIA ESTEBANEZ, E., IZQUIETA, J.L. y OTROS, Por una paz sin armas (Salamanca 1984) 182-183.