Cuando todo se nubla y llega la oscuridad, cuando la noche se pone más tenebrosa de lo normal, cuando nada parece tener sentido porque la esperanza se quebró hace tiempo… es necesario volver a enterrar las anclas de la fe, en el Dios de la vida. El huracán Fiona destruyó muchas viviendas, tumbó todas las cosechas de cacao, plátanos, aguacates, etc., y, después de un tiempo, se siente cómo alejó el horizonte de la utopía, que siempre mueve a caminar con alegría. No es fácil contemplar cada día la destrucción que el huracán dejó tras de sí en unas pocas horas. A veces, la impotencia, el pesimismo y la pereza ganan un espacio, que marchita ver más allá de la propia sombra. Se achata el espacio, se difuminan los caminos, se dificulta pensar y soñar más allá de la propia realidad.
Cierto, el milagro de la solidaridad ha estado y sigue muy presente, pero algunas de las raíces personales, fueron desenterradas quedando a la más cruda intemperie. La Promesa divina sigue firme, a pesar de las debilidades que nacen de las dudas en el Dios de la vida. Frente a todas las promesas humanas, siempre está presente el Espíritu Santo que inspira a levantarse de nuevo, “no temas, ya que estoy contigo” (Is 43, 5).
Es así como los campesinos de la Asociación Mamá Tingó, los Peregrinos de El Seibo, siguen escuchando la voz de Dios: “sube a una tierra que mana leche y miel” (Ex 33, 3).
Sólo unas pinceladas históricas de este peregrinaje: en el año 1975, el Dr. Joaquín Balaguer les concedió el Decreto nº 486 de utilidad pública con el fin de que nadie molestara a los campesinos. En el año 2016 el Instituto Agrario Dominicano (IAD) repartió la tierra a las 613 familias, en base a rigurosos estudios de peritos en el área. En el año 2018 fueron desalojados brutalmente, destruyendo sus casas y sembradíos; un trabajador del terrateniente asesinó a Carlitos, de 12 años, el cual estuvo menos de 3 años en la cárcel y cuando salió dio varias estocadas al hermano mayor del niño. En el año 2019, los Peregrinos caminaron hasta el Palacio Nacional durante 5 días, durmieron 7 días frente al Palacio siendo sacados a la fuerza a las 3 de la madrugada y después 2 meses en la casa de las Misioneras Dominicas del Rosario.
Se regresaron sin nada y así muestran sus manos vacías hasta el día de hoy. Confiados siempre en la Promesa de Dios han decidido salir de nuevo a caminar hacia el Palacio para recordar al Gobierno las promesas de recuperar la tierra de la que fueron despojados ilegalmente. El día 21 de noviembre comenzará la travesía durante 5 días desde Santa Cruz de El Seibo hasta Santo Domingo.
La Promesa siempre inspira a peregrinar hacia ella, con el corazón henchido de esperanza porque Dios ilumina los senderos (Sal 119) y permanece fiel. Es así como las 30 familias que el Central Romana iba a desalojar el año pasado, están ahora muy ilusionadas, pues se consiguió que las dejaran tranquilas, después de una gran lucha, y ya se cumplió la promesa gubernamental de construirles sus viviendas. Son muchas las sonrisas de los niños y las alegrías de los adultos, al ver cómo sus pesadillas se convierten en el sueño más deseado: una casa digna para cada familia.
No merece la pena mirar hacia atrás, pues se corre el peligro de convertirse en estatua de sal, como la mujer de Lot (Gen 19), curando heridas pasadas, lamentándose de lo que pasó, convirtiéndose en prisioneros de decepciones, cerrándose a toda la luz que acerca de nuevo el horizonte de la esperanza.
Sin temor a ser ingenuos, es necesario remar mar adentro, echar de nuevo las redes, confiar plenamente en el Dios de la vida, que nos anima a compartir la vida con los preferidos de Jesús, construyendo puentes de fraternidad, en lugar de muros, pues existe- como dice Francisco- “la tentación de hacer una cultura de muros, de levantar muros, muros en el corazón, muros en la tierra para evitar este encuentro con otras culturas, con otras personas. Y cualquiera que levante un muro, quien construya un muro, terminará siendo un esclavo dentro de los muros que ha construido, sin horizontes” (Fratelli tutti 27).