Por José Luis Chamorro
Haití es un país olvidado por casi todos, excepto por las mafias de la droga y las armas. ¿Quién conoce su historia? ¿A quién le interesa lo que sucede allí? Para aproximarnos e introducirnos en su pasado y presente, en sus problemas y en las causas de su situación actual, tuvimos la oportunidad de contar con la conferencia de José Luis Chamorro, leonés que pasó muchos años en la República Dominicana y conoce de primera mano lo que acontece tanto en este país como en Haití.
La historia de Haití coincide en algunos aspectos con la de otros países del Caribe y Centroamérica, pero tiene rasgos singulares. Al igual que otros países de América Latina, fue arrasado por la voracidad del colonialismo. Consiguió ser, sin embargo, el primer país que abolió la esclavitud, el primer país libre. Pero pagó muy cara su independencia. La nueva nación nació condenada al bloqueo, al pago de una deuda, de una indemnización gigantesca a Francia. En 1915, los Estados Unidos invadieron Haití y se quedaron allí diecinueve años.
A lo largo del siglo XX, la trayectoria del país ha estado marcada por la inestabilidad política, la corrupción, la explotación de países extranjeros y los desastres naturales. Durante gran parte de este siglo estuvo gobernado por François Duvalier, “Papa Doc”, y por su hijo Jean Claude, “Baby Doc”. Ambos se encargaron de robar a manos llenas, de vaciar la riqueza del país y de ejercer una violencia brutal contra sus opositores. Prácticamente nada de lo que esta dinastía robó en Haití se devolvió.
En el año 1990 se eligió, por primera vez, a un presidente democráticamente: Jean-Bertrand Aristide (antiguo salesiano). Gobernó tan solo durante siete meses. Fue derrocado por un golpe militar y tuvo que exiliarse. Posteriormente fue reelegido, pero nuevamente defenestrado.
El año 2010, un terremoto destruyó una buena parte de Haití y dejó más de doscientos mil muertos. Llegó la ayuda internacional; fue, sin embargo, infructuosa y no sirvió para que se rehiciera el país. La corrupción y la falta de coordinación entre las grandes organizaciones internacionales que se hicieron presentes condujeron al fracaso y al incremento de la pobreza. Un hecho singular de esa realidad y del modo en que se planteó la reconstrucción fue el regalo que, tras el terremoto, recibió de la empresa Monsanto. Esta empresa, dedicada a los transgénicos, pretendió regalar semillas a los campesinos para que las sustituyeran por las que ellos utilizaban. Los campesinos quemaron todos los contenedores de esas semillas porque eran conscientes de que, si las aceptaban, deberían posteriormente comprarlas y endeudarse con dicha empresa en cada nueva siembra.
En el 2021, el presidente Jovenel Moïse fue asesinado, quedando el país en manos de bandas armadas que han tomado y controlan el país.
Haití y la República Dominicana se hallan separadas por un río que recibe el nombre de Masacre, y la frontera entre ambos países se llama El Mal Paso. Por ella transitan los haitianos buscando algo de seguridad ante la violencia que reina en su país, tratando también de encontrar un trabajo para sobrevivir. El gobierno dominicano no los acepta y, al igual que sucede en muchos países hoy, los detiene y los expulsa utilizando todo tipo de medios. El racismo se hace presente en el trato que reciben los haitianos. El color de la piel sigue siendo una señal de exclusión y rechazo.
¿Cuál ha sido la contribución de la Iglesia en la lucha contra la pobreza, el racismo y la miseria que padecen tantos haitianos? Escasa. La jerarquía ha permanecido en silencio o alejada del pueblo. Solo algunos sacerdotes y religiosas acompañan a su gente, se implican en su dolor, denuncian su situación y los apoyan ante la indiferencia del resto del mundo.
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Hoy en Haití el Estado no funciona, no puede controlar la violencia y los asesinatos que diariamente realizan en el territorio, sobre todo en sus ciudades, las distintas bandas que extorsionan a la población y controlan el tráfico de drogas y de armas. El caos y la violencia se han adueñado de este país pobre y olvidado.
¿Hay esperanza para Haití? La hay, aunque las condiciones en las que se halla no son las más favorables. Su gente, sus organizaciones de base, la educación y el apoyo de algunas organizaciones sensibles al sufrimiento de su población dejan una pequeña ventana de esperanza en medio de la desolación y la tristeza que produce la situación en la que se encuentran actualmente. La paz y el bienestar de este país tardarán en llegar, pero llegarán. Mientras tanto, desde aquí tenemos la obligación y la responsabilidad de acordarnos de Haití y de sus habitantes, de seguir denunciando la explotación y la violencia a la que se ven sometidos, de continuar ayudándolos con nuestra pequeña aportación, teniéndolos presentes y difundiendo su situación.