Con profundo dolor despedimos al papa Francisco, quien ha partido a la Casa del Padre. Su vida fue un testimonio vibrante de amor, justicia y esperanza, siempre al lado de los pobres y los que sufren.
En su último mensaje de Pascua, pronunciado el 20 de abril desde el balcón de San Pedro, su voz resonó con fuerza a pesar de su frágil salud, delegando la lectura a Diego Ravelli, pero dejando un mensaje claro y urgente para el mundo.Con el corazón puesto en Tierra Santa, pidió un cese inmediato del fuego en Gaza, la liberación de rehenes y ayuda humanitaria para un pueblo azotado por la guerra y una crisis indigna.
Expresó su cercanía a los cristianos de Palestina e Israel, y a ambos pueblos, soñando con una paz posible que nazca desde el Santo Sepulcro. Condenó con firmeza los ataques a hospitales, escuelas y trabajadores humanitarios, recordando que en cada víctima hay “personas con alma y dignidad”.
Rechazó la carrera al rearme, alertando que la defensa no debe convertirse en división ni muerte, y llamó a los líderes a usar los recursos para combatir el hambre y promover el desarrollo.Su mensaje también abrazó a los cristianos de Líbano, Siria y Yemen, y alzó la voz contra el antisemitismo que crece en el mundo. Nos dejó una enseñanza imborrable: “Las armas de la paz construyen el futuro”. Su legado nos inspira a seguir trabajando por un mundo de solidaridad y fraternidad.