“Es posible que sin pretenderlo esté idealizando lo que significó la vida de los hombres y las mujeres del campo de hace apenas 50 años. Pero no es éste mi propósito, simplemente intento colocar en el sitio que corresponde a unos modelos de vida que han sido denostados durante las últimas décadas, y sin magnificarlo, ayudar a reflexionar sobre las oportunidades que dichos modelos ofrecen ante la quiebra del capitalismo, como modelo dominante”. Estas palabras del autor del artículo, Jerónimo Aguado Martínez, que ofrecemos para la lectura completa, muestran el objetivo que persigue. No idealizar la vida del campo, sino proponer la vuelta al campo como una alternativa de vida. Y no se trata de una propuesta teórica, sino basada en una experiencia que desde hace años se viene realizando en Amayuelas, Tierra de Campos (Palencia).
Sólo unas algunos párrafos del artículo, para que motiven la lectura completa del texto con propuestas surgidas de una experiencia contrastada:
“La vuelta al campo, a la vida, que ya se está dando, ha de producirse para construir algo nuevo, que rompa con las lógicas del modelo capitalista y que se asiente en muchas de las bases que nuestros antepasados construyeron, bases que tenían mucho que ver con la mística, la ética y la ecología”.
“Un punto de partida fundamental es volver al campo para “abrazar la tierra” mediante la práctica de una agricultura local, asentada en los principios de los conocimientos de la gente campesina, gentes que resistieron los envites del neoliberalismo que se introdujeron camuflados a través de paquetes tecnológicos y controlados por las corporaciones agroalimentarias. Dicha práctica definida por la ciencia del siglo XXI como agroecología tiene como valor supremo alimentar a toda la población del planeta con alimentos sanos y nutritivos, y donde el alimento se convierte en un derecho inalienable del ser humano.
Esta apuesta no supone ir contracorriente, sino volver al lugar del que nunca tuvimos que salir. Nuestros pueblos y sus culturas, a pesar de haber soportado tanto desprecio y ostracismo para hacerlas desaparecer del mapa por parte de todos los poderes fácticos, hoy, nos ofrecen grandes oportunidades: son promotoras de trabajo creativo (no de empleos) que genera riqueza social, permiten producir tu propia alimentación y construir tú propio habitat, abren sendas para vivir con menos y más dignamente, y nos invitan a recuperar la verdadera esencia de lo que significa la calidad de vida: ritmos acompasados con los de la propia naturaleza, entornos menos contaminados, un espacio que facilita las relaciones personales, el encuentro, la autogestión y la autonomía local”.
Y esto no es idealización, como señalaba John Berger en el epílogo de su novela “Puerca Tierra”: “Toda idealización de ese modo de vida resulta imposible. En un mundo justo no existiría una clase social con estas características. Sin embargo, despachar la experiencia campesina como algo que pertenece al pasado y que es irrelevante para la vida moderna; imaginar que los miles de años de cultura campesina no dejan una herencia para el futuro, sencillamente porque ésta casi nunca ha tomado la forma de objetos perdurables; seguir manteniendo, como se ha mantenido durante siglos, que es algo marginal a la civilización; todo ello es negar el valor de demasiada historia y de demasiadas vidas. No se puede tachar una parte de la historia como el que traza una raya sobre una cuenta saldada”