Una copia del libro ya se encuentra en el Centro de Documentación del CNMH (Centro Nacional de Memoria Histórica).
Véalo bien. No se trata de un dibujo infantil común y corriente. No está viendo la representación de un paseo familiar al río. Observe las piernas separadas de sus cuerpos, las cabezas despegadas, una de las cuales es arrastrada por la corriente, y el carro de la Cruz Roja. Note el contraste de la ternura de las letras infantiles con la dureza de lo que dicen: "este es el río Cauca donde tiraron los caraberes".
El dibujo, hecho por una niña de 10 años, muestra una de las macabras escenas que se repitieron una y otra vez en la llamada Masacre de Trujillo (Valle), entre 1986 y 1994. Allí, una alianza entre narcotraficantes, paramilitares y miembros de la Fuerza Pública azotó los municipios de Riofrío, Bolívar y Trujillo, perpetrando masacres, torturas, desapariciones forzadas y homicidios selectivos contra la población inerme.
Según el informe de 2008 del Grupo de Memoria Histórica, 'Trujillo, una tragedia que no cesa', fue allí donde se inauguró el uso de "instrumentos y procedimientos de tortura y del terror" tan despiadados como el desmembramiento con motosierras.
Pero esta no es la historia de esa masacre, sino la historia del libro que surgió como homenaje al padre Tiberio Fernández Mafla, la víctima más emblemática de estos hechos, cuyo martirio se ha convertido en símbolo del sufrimiento de todo un pueblo. Este dibujo hace parte de ese libro, un compendio de cartas, relatos e imágenes (ver fotogalería) que fue hecho entre 2002 y 2003, de puño y letra de decenas de habitantes de Trujillo, y cuya copia digital hoy se custodia y estará a disposición para su consulta en el Archivo de Derechos Humanos del CNMH.
La hermana Maritze Trigos, una de las lideresas que trabaja por la construcción de la memoria histórica en Trujillo, cuenta que en el año 2002, cuando se acercaba la inauguración del parque monumento en memoria de las víctimas -y el traslado a ese lugar de los restos de algunas de ellas- María Elena Correa, una de las viudas de la Asociación de Familiares de Víctimas de Trujillo (AFAVIT), le propuso la idea de hacerle un libro a Tiberio que debería ser "todo escrito a mano, nada de computador, nada de máquinas… que sea hecho por nosotros que conocimos al padre, que vivimos con él", cuenta la hermana.
A partir de ahí, le plantearon la idea a la comunidad y empezaron a organizar el proyecto. La idea era hacer cuatro capítulos que dieran cuenta del contexto en dónde ocurrió la masacre, la infancia del sacerdote, su vida como párroco y, por último, su suplicio.
Uno de los problemas iniciales fue definir el formato del libro, pero se decidió que cada quién fuera libre de escribir su mensaje como y donde quisiera. Al final del proceso, con la ayuda de una sobrina de la hermana, cada carta y cada dibujo fue pegado sobre octavos de papel acuarela para darle una unidad a las páginas.
Tras definir los capítulos y el formato, empezaron una serie de talleres para que la gente reunida hablara, escribiera y dibujara episodios de la vida del párroco a partir de sus recuerdos.
La secretaria que lo acompañó por años, la familia que montó una panadería con su ayuda, el carpintero que de niño fue monaguillo, los campesinos que recibieron su ayuda y algunos familiares, entre otros, hicieron su aporte. A los niños, quienes en la época en que fue asesinado el padre (1990) no habían nacido o acababan de hacerlo, se les transmitió su historia en esos talleres, para que la plasmaran en dibujos.
La figura que surge de estas páginas es la de un hombre amable, estricto a veces, carismático, emprendedor, caritativo, que de niño prefería hacer travesuras a cortar caña, como le ordenaba su padre. También la de un amante de la música y de canciones como 'Viejo Farol', del caballero gaucho, y 'La cama vacía', de Óscar Agudelo. "En las fiestas era alegre, rumbero y chistoso", dice en su carta Julián Tabares.
Para la hermana Maritze, algo que llama la atención es la capacidad del lenguaje simbólico que la gente usaba para describir al padre, como la comparación espontánea que muchos hicieron entre Tiberio y un árbol cuyas raíces permanecen a pesar de haber sido talado.
Más que una emocionante biografía, que lo es, el libro es la demostración de que ante la barbarie, la creatividad y el trabajo colectivo son la mejor forma de resistir. Para la hermana Maritze, "su martirio produce indignación, pero al mismo tiempo plantea desafíos y retos para el momento histórico de hoy, en que el pueblo sigue siendo amenazado".
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