La Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 10 de diciembre como Día de los Derechos Humanos, en 1950, para señalar la Declaración Universal de Derechos Humanos como ideal común de todos los pueblos y todas las naciones. Una declaración que comienza proclamando que todos los seres humanos nacemos libres e iguales.
Sin embargo, las 85 personas más acaudaladas del planeta acaparan la misma riqueza que las 3.500 millones más pobres que representan la mitad de los habitantes del mundo.
El Informe del PNUD de este año sobre Desarrollo Humano señalaba que el 15% de la población mundial – alrededor de dos mil doscientos millones de personas – es vulnerable y/o padece la pobreza multidimensional.
España se sitúa como segundo país más desigual de Europa, después de Letonia. El 27% de la población, más de 12 millones de personas, viven en situación de pobreza y exclusión social. ¿Es éste un sistema que genera desigualdad y una riqueza que empobrece?
Adriana Sarriés nos ofrece una reflexión en torno a la democracia y desigualdad a partir de la palabra del papa Francisco “El crecimiento de la desigualdad y la pobreza pone en peligro la democracia”.
DEMOCRACIA Y DESIGUALDAD
¿Por qué surge este artículo?
Hace unas semanas, en uno de esos muchos días en que la mayoría recibimos multitud de noticias y escuchamos o leemos comentarios de todo tipo, me encontré con esta frase del Papa Francisco expresada en una reunión con el Consejo de Justicia y Paz : “El crecimiento de la desigualdad y la pobreza pone en peligro la democracia. Hay que crear mecanismos de tutela de los derechos laborales y del medio ambiente…. Por otra parte, el crecimiento de la desigualdad y la pobreza ponen en peligro la democracia inclusiva y participativa que siempre presupone una economía y un mercado que no excluya y que sea justo”.
De modo intuitivo creí entender ese peligro pero necesitaba ahondar en esa vinculación. Propuse el tema en la última Junta de la Federación (18-10-14) y al conjunto les pareció que tenía interés y era muy actual.
El apoyo de una importante Encíclica
Volviendo a esa reunión de Justicia y Paz, el Papa hacía elogios a una encíclica de Benedicto XVI: “Cáritas in Veritate”. Sentí curiosidad, reconozco que hacía muchos años que no leía ninguna y descubrí elementos que compartiré intentando no alargarme. Yo creo que son esclarecedores, juzgadlo vosotros mismos:
“El desarrollo humano integral supone la libertad responsable de las personas y los pueblos…” “La riqueza mundial crece en términos absolutos pero crecen las desigualdades y nos conducen a las nuevas categorías sociales: superdesarrollo derrochador y miseria deshumanizadora. Hay corrupción e ilegalidad tanto en el comportamiento de sujetos económicos y políticos de los países ricos como de los países pobres…” “... en nuestra época los Estados afrontan limitaciones a su soberanía por nuevos contextos económicos, comerciales y financieros internacionales…”
“La dignidad de la persona y las exigencias de justicia requieren opciones económicas que no hagan aumentar de manera excesiva y moralmente inaceptable las desigualdades. El aumento sistémico de la desigualdad no sólo erosiona la cohesión social y pone en peligro la democracia sino que tiene un impacto económico negativo y un progresivo desgaste del capital social”
No deseo añadir nada a estos puntos, quedan muy claros. Pero sin poderlo evitar me pregunto una vez más cómo no hemos sido en la Iglesia más coherentes, más incisivos, más valientes.
Qué nos dicen otros expertos, otras fuentes
Hay muchos datos sobre la desigualdad, prefiero no seleccionar y dejarlos para lecturas que podéis elegir y que sean más expertas que lo que este comentario pretende. Me centraré brevemente en la Unión Europea de los 27 y con un poco más de detalle en España, sólo en datos muy relevantes: Desde 2008 se han perdido 5,6 millones de puestos de trabajo. Y dos de cada tres de esos puestos pertenecen al mercado laboral de España. Uno de los efectos más visibles de la crisis ha sido el incremento de la desigualdad en la distribución de la renta de los países desarrollados. Puede parecer ciencia ficción pero 85 personas tienen en el mundo la riqueza de la mitad del planeta. Y aquí en nuestro país 14 personas acumulan la riqueza del 30% de la población, (de 14 millones de ciudadanos). Estos dos últimos datos han aparecido en la mayoría de los medios hace pocas semanas.
Esta tendencia en la desigualdad se inició especialmente a mediados de los 90 y se ha acelerado en los últimos cinco años fundamentalmente por tres factores:
+ desigualdad de las remuneraciones.
+ mayor internacionalización de la economía y más cambio tecnológico.
+ menor redistribución a través de las políticas públicas.
En todo este proceso la democracia no ha llegado a la política económica, la sumisión a los mercados ha sido y es la tónica. Decimos que no ha llegado porque en multitud de casos se han socializado las pérdidas y se han privatizado los beneficios. En toda esta crisis hay ganadores y perdedores, el impacto es muy desigual.
Pareciera que la pobreza y la desigualdad se hubieran legalizado, que todo ello respondiera a la lógica de nuestro sistema (el menos malo según insisten algunos). Y no cabe duda de que ese incremento de la desigualdad ha fracturado la sociedad, es un escándalo lo que está ocurriendo. Documentos como el Informe FOESSA de marzo de 2013 sobre “Desigualdad y Derechos sociales” y el reciente informe de Cáritas sobre “Pobreza Infantil” son dos claros ejemplos de documentos que nos muestran que esta fractura se ha instalado en la sociedad y cada vez será más difícil sacar de la exclusión a tantos ciudadanos.
Frente a estos hechos la democracia, término ilusionante y transformador en otro tiempo, aparece ahora debilitado, es como si esta pobre democracia “engullera” todo lo que se le echa y fuera diluyéndose… Sentimos que es un término devaluado donde caben muchas mentiras, basuras y contradicciones. Nos preguntamos dónde queda esa participación inclusiva que menciona el Papa ¿se ha esfumado?
El llamado economista de moda Thomas Piketty asegura, con datos, que aunque la deuda pública es grande nunca ha habido tanta riqueza privada en el último siglo. Y añade que el problema reside en nuestras Instituciones, en cómo nos organizamos (política fiscal, presupuestos, etc.) Y asegura que esto se puede cambiar. Se pregunta qué es lo que queremos: ¿redistribución o aumento de la desigualdad?
Para terminar…
Cada día podemos leer o escuchar fórmulas para el cambio, estudios, análisis. Las opiniones de algunos son: Vamos a salir mejorando o cambiando el sistema, pero reforzados. Y otros anuncian desastres de mayor o menor calado.
En todo caso, parece innegable la urgente necesidad de impulsar mecanismos de participación ciudadana real, eficaz y eficiente, así como de regenerar la política y los políticos. Si la política ha sucumbido a los intereses financieros y de acumulación de capital en el mundo es porque ha representado a esos intereses y no a los ciudadanos. Hay que poner fin a esa situación.
En medio de análisis de expertos, de intereses bárbaros, de desconfianza en los políticos, en los partidos, sindicatos y todo cuanto se mueve, en medio de decepciones mil, crece la desigualdad y se debilita la democracia y la escasa cohesión social que habíamos construido. Todo esto es así a día de hoy. ¿Nos rendimos?
Existe una discutible teoría: el optimismo es constructivo y el pesimismo es echar más M….. sobre la que ya hay. Yo prefiero no discutir esta teoría y me quedo con la contribución a esta sociedad en la forma y modo que lo crea posible y más conveniente. Estoy con el Papa Francisco cuando plantea “participar creando o apoyando los derechos de los seres humanos, defendiendo su dignidad y las exigencias de justicia y paz, defendiendo la democracia”.
Adriana Sarriés
Noviembre de 2014