Resido en la localidad leonesa de La Virgen del Camino y aquí conocí a la familia dominicana hace ya muchos años. Y aquí es donde descubrí la labor que desempeñan las misiones, particularmente con el padre Paco, como es conocido en la parroquia por su estancia en el seminario. De aquella semilla había ido germinando un fruto que culminó con la posibilidad de viajar a la selva alta peruana, a medio camino entre la selva amazónica y la cordillera andina: la histórica misión de Koribeni.
El viaje comenzó desde Madrid a Panamá, donde estuve algunas semanas conociendo algo de Centroamérica. Compartí este periplo con tres amigos y diferentes gentes locales. La vivencia que guardo en mayor estima fue la semana compartida con una familia de las islas caribeñas de Guna Ayala, conocidas turísticamente como San Blas. Tras todo ello, y con mi mochila de 55 litros de capacidad volé hacia Lima. Luego he entendido que se puede vivir dos meses completos, sin carencias, con alguna cosa menos. Aquí comenzó el viaje en solitario, hecho notable para quienes quedaron preocupados en España por una inseguridad que no fue tal.
Al llegar al país, que estrenaba presidente, tenía ya programado, con ayuda del padre Rufino, cómo sería más conveniente hacer el desplazamiento. De Lima a Cusco tomé (allá no se podría decir “coger”) un avión en la mañana del 12 de agosto. Una vez en la antigua capital del imperio inca me dirigí hacia el paradero de autos con dirección a Quillabamba, conocida como la ciudad del eterno verano y capital de la provincia de La Convención. También se conoce esta provincia por proveer de fruta a gran parte de la región. En el viaje de unas cinco horas se comienza por encima de los 3.000 metros, superando el puerto de Abra Málaga con 4.316 metros y descendiendo finalmente hasta los 900. Ahora ya puedo decir que esa es la mayor altura con los pies en la tierra sobre la que he estado. Esa misma tarde, en Quillabamba, los padres me acogieron en la casa. Me presentaron el lugar y las tareas con especial atención en la emisora de Radio Quillabamba. Sin mayor dilación, al día siguiente partimos el padre Rufino y yo hacia la misión de Koribeni.
La comunidad del “Río de oro”, significado aproximado de Koribeni en machiguenga, está formada por varias decenas de familias de dicho grupo étnico a orillas del río Urubamba y algunas ya desplazadas a la correspondiente extensión en el río Mantalo. Son unos territorios autogestionados comunitariamente que tienen como objetivo garantizar la supervivencia de su modo de vida sin la influencia privativa e individual que está llegando. Están algo más alejados del abismal ritmo de cambio que ha supuesto la explotación de gas en Kamisea y sus gaseoductos hasta orillas del pacífico. Se rumorea por la zona que una vez hayan sacado todo el gas aprovecharán la infraestructura para sacar también el agua… Tesoros como el Santuario de Megantoni corren peligro por la extracción: helicópteros y camiones, entre otros, rompen el equilibrio del ecosistema. La frenética transformación ha sido tal que cualquiera que haya visitado el lugar hace apenas un lustro se sorprendería. En tan solo 12 años de explotación y algunos previos de construcción, el distrito de Echarati ha cambiado en muchos aspectos y servicios. No obstante, se puede dudar de dicha gestión y la adecuación del cambio, pues el millonario canon recibido no ha resultado útil para mejorar la vida de quienes llevan siglos poblando aquellas tierras. Dicho lo cual, resulta significativo cómo muchas familias han descuidado su chacra (terreno para el cultivo), donde hasta ahora encontraban todo cuanto necesitaban. También están siendo desposeídos de su tierra, de los espacios compartidos por la comunidad.
Retomando el relato personal, en los primeros días en la misión me adapté al ritmo de vida, tareas y costumbres. Poco después estuve algunos días recorriendo en carro –el conocido todoterreno blanco- algunas comunidades machiguengas con el padre Roberto y ese cine que traslada allá donde va. Aprovecho para destacar que llevan más de 80 años con la difusión y creación de ese arte en tierras tan remotas. La primera parada fue en el internado de Pangoa que dirige con suma dedicación Justina. El cariño recibido allá fue un valioso regalo de aquellas muchachas y muchachos que encuentran en ese hogar la forma de continuar con sus estudios de secundaria en las mejores condiciones posibles. Nos desplazamos por otras comunidades, en algunas con mejor acogida y en otras con un recibimiento menos cálido. En estos días pude conocer más sobre las formas de vida, ambientes familiares, infraestructuras escolares… Sobre estas últimas, es una lástima que hayan construido espacios magnánimos para un par de clases y, sin embargo, no hayan dispuesto y mantenido el servicio eléctrico para una iluminación básica y aprovechamiento de recursos tecnológicos (hay aulas de informática con generadores que llevan años “provisionales”).
Dada mi formación como maestro, estas cuestiones relativas a la educación fueron –y son- un constante dilema a lo largo de mi estancia. A la vuelta de esta gira el padre Roberto viajó al Congreso Internacional de Pueblos Originarios celebrado en Guatemala. Y yo comencé a visitar los centros poblados con el padre Rufino, en los que se perciben las diferencias culturales con las comunidades antes mencionadas. Estos centros poblados son localidades de reciente creación que han aglutinado población (en su mayoría, quechua) procedente de la sierra y algunos vecinos (en su mayoría, machiguengas) de los valles y quebradas próximos.
También visité algunas obras financiadas por Acción Verapaz como la escuela de Alto Koribeni. Por supuesto, estuve también con las internas e internos de Koribeni y las cuatro maestras que los acompañan. Compartí actividades de ocio y algunos ratos de estudio. Me di cuenta que las principales dificultades no eran tan distintas a las que tenían los estudiantes en España: con Inglés y Matemáticas en los primeros cursos y con Física y Química en el final de la etapa secundaria.
Por otro lado, quiero detenerme en una anécdota que me colmó de la gratitud e inquietud con que la recibí. En mi presentación inicial, mencioné mi origen en una ciudad llamada León, en España. Y posteriormente, no recuerdo haber hecho nueva referencia a mi lugar de origen. Pues bien, el último día tras las cuatro semanas de estancia, mientras me despedía, un muchacho se presenta con un libro en las manos (editado en los años 60 en España) con el dedo sobre un mapa que señala mi ciudad. Tras cumplir con sus tareas diarias, llevaba varios días buscando donde estaba mi hogar… No puedo por menos, que desear para todos ellos un camino en el que encuentren el mayor bienestar posible. Y si su inquietud les mueve a viajar, puedan venirse y que seamos nosotros quienes les acojamos.
Un contratiempo adelantó mi regreso a Quillabamba. El padre Rufino sufrió una afección en el estómago, agravada con deshidratación y el paso de una vida de servicio con el prójimo. Le asistí en todo lo que pude y juntos viajamos a la capital de la provincia donde pasé algunos días. Pude conocer en profundidad la radio, visitar alguna comunidad del entorno y disfrutar de paseo por sus calles. Finalmente, emprendí el regreso a Cusco, parando en Ollantaytambo, y tomando rumbo a Madrid.
Esta experiencia ha sido otro punto de inflexión en mi vida, ha removido algunas ideas sobre las distintas perspectivas del mundo y me ha acercado a una idea más unida de la humanidad. Con ello, me siento más cercano a los lugares más remotos del planeta, más responsable con lo que sucede. Gracias a todos los que han hecho posible este viaje.
Alberto Cubillas