Este fue el tema del Encuentro de Formación, celebrado en Salamanca del 23 al 25 de junio. La movilidad es una característica del ser humano, presente a lo largo de la historia. Unas veces la movilidad es voluntaria, motivada por la curiosidad, el deseo de cambio de aires, por afán de aventura. El turismo masivo de nuestro tiempo es el mejor símbolo. Pero otras veces es involuntaria, forzada por el hambre o la violencia, como principales causas, por la necesidad de huir de contextos poco propicios para una vida humana digna.
La hostilidad como actitud en general y, hoy en concreto, es contra quienes se mueven de manera forzosa, contra los pobres, como se nos señalaba en la ponencia inicial, que son vistos como extraños y ellos mimos se ven como expulsados, desterrados y viven la situación en el nuevo país como un exilio. El símbolo que expresa este rechazo, son las barreras, los muros de todo tipo, físicos, mentales y emocionales que levantamos frete a ellos, para que no entren y, si lo consiguen, les echamos.
La alternativa, humana y cristiana, no puede ser otra más que la hospitalidad, que busca la transformación del huésped y del anfitrión, haciéndole pasar del rechazo a la acogida. La hospitalidad provoca un dinamismo expansivo, que sigue estos pasos: el que llega pasa de extraño a huésped, a prójimo, a vecino y, finalmente, a ciudadano, es decir a una nueva relación entre quien recibe y el que llega basada en la igualdad y la simetría: todos tenemos los mismos derechos y los mismos deberes.