Os ofrecemos la crónica de Jesús Sanchez –Vera, voluntario de Acción Verapaz, en R.D Congo, diciembre 2020/enero 2021:
‘El año 2020 fue complejo y difícil; sin embargo no pudo acabar mejor... desde la Congregación de Santo Domingo fui invitado a visitar las misiones, radicadas en República Democrática del Congo, en las ciudades de Kinshasa e Isiro, donde las hermanas prestan su Servicio desde el año 1972.
Isiro se encuentra en el noreste, a unos tres mil kilómetros de la capital, es una zona rural sin redes eléctricas, abastecimiento de agua potable, saneamiento, etc, de caminos rojizos en los que se levanta la poussier, el polvo que todo lo cubre; allí la vida se desarrolla a lo largo de los caminos, donde la gente construye cabañas hechas de palos de madera y caña, paredes recubiertas de tierra arcillosa y techo de hojas trenzadas de palmera.
Los niños se encargan de acarrear el agua, van andando o empujando bicicletas destartaladas; las mujeres y los hombres se dedican a recolectar y en su caso, vender los productos de la tierra; las personas se encuentran expuestas a cualquier circunstancia de la vida sin contar con más recursos que su propia fe y esperanza y quizá un pedacito de tierra para cultivar pondú, su verdura favorita.
Kinshasa es la antítesis de Isiro en términos demográficos y urbanísticos, es una mega ciudad, donde el objetivo de sus habitantes es sobrevivir al día siguiente; desde muy temprano ríos de personas deambulan de manera caótica por sus calles; se dedican a vender lo que haya caído en sus manos ese día: botellas de refrescos, bolsitas de agua potable, galletas, accesorios para móvil, cada día algo diferente; pero lo que no difiere jamás es la dureza de la vida que llevan, levantándose muy muy temprano, caminando hasta la ciudad, luchando contra el pegajoso calor, el caos del tráfico, la contaminación, la enfermedad y la preocupación por el futuro inmediato.
En Kinshasa se encuentra el barrio de Kimbanseke, uno de los más deprimidos de la Capital y donde las hermanas gestionan un colegio de más de 1.000 alumnos, con muchas dificultades, a las que últimamente se ha sumado la parálisis por el coronavirus. En Kimbanseke no hay pobreza, hay miseria, sin embargo, los niños tienen pintada una sonrisa en su cara y saludan al extranjero con simpatía.
No es posible resumir en unas breves líneas el mes tan intenso que hemos pasado en Congo, sería poco exhaustivo por mi parte; pero tras un mes conociendo el país, sus gentes, sus circunstancias y preocupaciones diarias, refuerzo mi reconocimiento hacia las personas que, como las hermanas de la Congregación, dedican sus vidas a luchar contra la desigualdad y sobre todo, refuerzo la idea de que nuestra sociedad vive en una burbuja, donde las únicas preocupaciones son las que sentimos nosotros mismos, sin pensar en que hay otras realidades que, al no conocerlas, parecen no existir y sin embargo están ahí, en toda su magnitud’.
Jesús Sánchez - Vera