El Día Escolar de la No Violencia y la Paz es una jornada educativa lanzada en España, en 1964 por el poeta y pacifista mallorquín Llorenç Vidal como punto de partida y de apoyo para una educación no-violenta y pacificadora de carácter permanente. Se viene celebrando el 30 de enero de cada año, en el aniversario de la muerte del Mahatma Gandhi. En los países con calendarios escolares propios del hemisferio sur se practica el 30 de marzo o alguno de los días próximos. Muchas son las razones, a nuestro entender, que avalan esta iniciativa y la hacen meritoria de nuestro apoyo. Sólo señalamos algunas.
Una de carácter general es que no confiamos, como la historia desgraciadamente muestra, que la violencia sea un instrumento a la hora de resolver los conflictos ni para dar razón a quien la tiene o defiende una causa justa. El resultado del uso de la violencia, además de producir víctimas inocentes, suele ser que al final gana el más fuerte y no el que llevaba razón o defendía la causa mejor.
Otra aplicable más directamente al campo de la educación, como propone esta iniciativa, es la siguiente, que ya señalábamos en 1986 en un artículo titulado “Nuevas estrategias para la paz” (Corintios XIII nº. 39-40): “tanto la guerra como la paz nacen en la mente del ser humano, pues allí es donde se elabora la imagen del otro, o bien como un enemigo, o bien como un sujeto susceptible de ser amado y de cooperar con nosotros” (p. 138). Por eso, parece evidente la necesidad de llevar a nuestras mentes una nueva cultura de la paz, que sustituya a la actual cultura de la violencia y de la guerra. Y en este, como en todo proceso de aprendizaje, creemos que está llamada a tener un papel decisivo y debe llegar a todas las dimensiones de la persona: cognitiva, afectiva, relaciones (interpersonal, sociopolítica y medioambiental) y espiritual.
Las tareas a realizar y valores a promocionar en esta jornada y, de manera general, en la educación la señalábamos también en aquél escrito: “Frente a la competencia habrá que fomentar entre los estudiantes el mutuo apoyo y la cooperación, poniendo de relieve que tales son los valores sobre los que se cimentará en el futuro su existencia. Frente al clasismos no devaluar ni marginar a nadie, sino reconocer lo bueno que hay en cada uno, valorar sus cualidades y aptitudes buenas y encomiables. Una sociedad pacífica nunca podrá edificarse sobre el menosprecio propio o ajeno, y sí sobre el propio aprecio y el aprecio de los demás. Frete a la jerarquización, la educación para la paz propicia la igualdad, el diálogo y la participación de todos” (p. 142).
Hoy seguimos creyendo en la validez de esta propuesta.