Este fue el tema del Encuentro de Formación, celebrado en Salamanca del 23 al 25 de junio, desarrollado muy claramente por Miguel Ángel González Marín, director del servicio jesuita a migrantes y director de la Fundación social Ignacio Ellacuría.
La movilidad es una característica del ser humano, presente a lo largo de la historia. Unas veces la movilidad es voluntaria, motivada por la curiosidad, el deseo de cambio de aires, por afán de aventura. Pero otras veces es involuntaria, forzada por el hambre o la violencia, como principales causas, por la necesidad de huir de contextos poco propicios para una vida humana digna.
La hostilidad como actitud en general, es contra quienes se mueven de manera forzosa, contra los pobres, que son vistos como extraños y se ven expulsados, desterrados y viven la situación en el nuevo país como un exilio. El símbolo que expresa este rechazo, son las barreras, los muros de todo tipo, (físicos, mentales y emocionales) que levantamos frente a ellos, para que no entren y, si lo consiguen, les echamos.
La alternativa, humana y cristiana, no puede ser otra más que la hospitalidad, que busca la transformación del huésped y del anfitrión, haciéndole pasar del rechazo a la acogida. La hospitalidad provoca un dinamismo expansivo en el que llega pasa de extraño a huésped, a prójimo, a vecino y, finalmente, a ciudadano, es decir a una nueva relación entre quien recibe y el que llega basada en la igualdad y la simetría: todos tenemos los mismos derechos y los mismos deberes.
Las experiencias expuestas en el Encuentro, la de ACCEM Salamanca, la de la Asamblea de Migrantes de Salamanca y la de Mª Jesús Alario, voluntaria en el campo griego de Termópilas, ahondaron en esa apuesta por la hospitalidad y la defensa de los derechos humanos de las personas que se ven obligadas a migrar y que deben ver reconocidos su derechos estén donde estén.
