Me vais a permitir que este comentario, lamentablemente, tenga dos partes: en la primera una bonita lección que durante el verano descubrí de la ciudad de Copenhague y pasé al ordenador con intención de incluirla en la web de Verapaz y un último punto, tremendamente triste, de ese mismo país producido en estos días.
Primera parte: ¡ejemplar!
¿Tenemos un Papa ecologista? Eso parece, es muy bueno que su primera Encíclica aborde la defensa de la tierra, repare en hechos que pueden conducirnos como especie humana a la destrucción del planeta, a la degradación de este hermoso lugar que se nos entrega a cada persona.
Pues al hilo de este toque de atención que el Papa Francisco ha hecho traemos el avance extraordinario en el terreno ecológico de una ciudad europea: La capital de Dinamarca, Copenhague, con dos millones de habitantes, que ha sido elegida por méritos propios capital verde 2014. La noticia ha podido pasar desapercibida entre tantas otras, la mayoría desgraciadamente tristes, pero es muy interesante conocer qué han hecho, qué hacen, cómo es esa convivencia en una de las ciudades que según refieren las personas más preocupadas por estos temas, es una de las ciudades más habitables y sostenibles del mundo. Y también, posiblemente, líder en economía verde.
La explicación se halla en diversos planes encaminados, con el apoyo de sus ciudadanos y el consenso de sus políticos, a hacer una ciudad medioambiental ejemplar para el bien de su ciudadanía. Uno de esos planes es éste: crear tantos jardines en las azoteas como sean posibles. Estos espacios pueden convertirse en parques, huertas urbanas, recogedores del agua de lluvia, etc. De hecho, según se pasea por sus calles te puedes encontrar con una colina artificial sobre un polideportivo, plazas que son auténticos espacios deportivos muy populares. Están demostrando que no sólo han reducido las emisiones de carbono un 40% sino que sus políticas medioambientales han hecho crecer su economía (en los últimos 35 años el PIB de Dinamarca ha crecido un 80%) y su gasto energético se mantiene estable desde hace más de tres décadas.
Dinamarca, y más concretamente su capital Copenhague se plantea retos impensables para otros países: para este año 2015 quieren que un 50% de su ciudadanía se desplace en bicicleta (y están muy cerca de lograrlo), para 2020 lograr que el 50% de su energía proceda de renovables, para 2025 lograr ser la capital del mundo neutral en emisiones de carbono. Permanentemente estudian la ciudad para optimizar todo aquello que pueda mejorar el medio ambiente.
Copenhague invita a otros países a sumarse a esta corriente verde, su ciudadanía y autoridades insisten en su rentabilidad y sostenibilidad. No todo lo que ellos hacen es transferible (por sus condiciones particulares), cada país o ciudad tiene sus propias peculiaridades, pero está claro que todos pueden, podemos hacer algo o mucho más de lo que hacemos. Es realmente posible pensar y actuar en verde.
Es importante que nos detengamos en un aspecto envidiable de todo este proceso: el consenso de sus políticos en materia medioambiental alcanza el 90%, pero en esta materia la exigencia social es muy alta, las ideas de la ciudadanía afloran de mil maneras, su participación es real. Quizá es esto lo más importante. ¿Cundirá este ejemplo?
Segunda parte: ¡lamentable!
Pero el enorme avance de Copenhague en materia ecológica NO significa avance en materia de de DDHH, justicia y solidaridad. La ecología no conduce necesariamente a la sintonía con los seres humanos y sus necesidades, no siempre conducen a la generosidad. En este caso se ha demostrado muy claramente. Dinamarca no firmó “Los Acuerdos Comunitarios de Refugiados” (España sí los firmó) y en estos días sabemos que ha cerrado sus fronteras para que el flujo de sirios no les alcance, no rompa su “armonía ecológica”, que toquen las puertas de otros países pero no las suyas. ¡Qué distorsión de principios! Ciudad y país habitable, sostenible, con economía verde muy envidiable. Y que se aleja de la solidaridad humana, de la ayuda a seres en situación de emergencia.
Copenhague ha decidido este miércoles cerrar una autopista entre Dinamarca y Alemania a unos 300 refugiados. La Policía danesa cierra también las conexiones ferroviarias para impedir la llegada de los refugiados a Suecia, país con una legislación más proclive a la concesión de asilo.
Teníamos ganas de celebrar un modelo de ciudad ecológico, felicitar a esta ciudad, a su ciudadanía y autoridades. Pero lo sentimos mucho: SE NOS HAN QUITADO LAS GANAS.
Adriana Sarriés
Septiembre de 2015